viernes, 9 de marzo de 2018

Ensayos, Michel De Montaigne

     El que inventó este cuento paréceme haber comprendido muy bien la fuerza de la costumbre: una mujer de pueblo, habiendo comprendido a acariciar y a llevar en sus brazos a un ternero, desde que éste nació, siguió haciéndolo siempre y ocurrióle que, por costumbre, cuando llego a ser buey grande, aún lo llevaba. Pues es en verdad la costumbre, violenta y traidora maestra de escuela. Poco a poco, y la chita callando, nos pone encima la bota de su autoridad; mas con este suave y humilde principio, al haberla asentado y plantado con la ayuda del tiempo, nos descubre de pronto un furioso y tiránico rostro, contra el que ya no tenemos ni siquiera la posibilidad de alzar los ojos. Vémosla forzar en toda ocasión las reglas de la naturaleza. "Ussus efficacissimus rerum omnium magister".
     Créome, a este repecto, el antro de Platón en su "República"; y que tan a menudo dobleguen los médicos las razones de su arte a su autoridad; y que aquel rey, por conducto suyo, obligase a su estómago a alimentarse de veneno; y lo que cuenta Albert de la joven que se acostumbró a vivir de arañas; en el mundo de las nuevas Indias. Hallaron grandes pueblos y de distintos climas que vivían, hacían provisión de ellas y las comían, y otro tanto con los saltamontes, las hormigas, los lagartos y murciélagos; y fue vendido un sapo por seis escudos durante una escasez de víveres; los cuecen y preparan en salsas distintas. Hallaron otros para los cuales eran nuestras carnes y viandas mortales y venenosas. "Consuetudinis magna vis est. Pernogtant venatores in nive: in montibus uri se patiuntur. Pugiles caestibus contusi ne ingemiscunt quidem".
    Estos alejados ejemplos no han han de parecer extraños si consideramos cuánto embrutece la costumbre nuestros sentidos, cosa que experimentamos de ordinario. No es preciso que recurramos a lo que se dice de los vecinos de las cataratas del Nilo; ni lo que piensas los filósofos de la música celeste, que los cuerpos de esos círculos, sólidos y lamiéndose y frotándose unos contra otros al rodar, no pueden dejar de producir armonía maravillosa con cuyos cortes y matices se modulan los desvíos y cambios de las danzas de los astros, mas que los oídos de las criaturas, universalmente adormecidos como los egipcios por la continuidad de este sonido, no pueden percibirlo por grandes que sea. Los mariscales, molineros y armeros, no podrán soportar el ruido que los rodea, si les fuera tan extraño como a nosotros. Sírvele a mi nariz mi collar de flores, mas después de habérmelo puesto tres días seguidos, solo sirve ya a las narices de los asistentes. Más extraño es que, a pesar de los largos intervalos e interrupciones , la costumbre puede unir a nuestro sentidos el efecto de su impresión y establecerlo en ellos: como lo experimentan los vecinos de los campanarios. Vivo en una torre que, a diana y a retreta, toca todos los días el ave María una enorme campana. Este estruendo espanta a la misma torre; y a pesar de parecerme insoportable los primeros días, en poco tiempo heme familiarizado de tal forma con él, que lo oigo sin molestia y a menudo sin despertarme.



Michel de Montaigne, Ensayos, Cátedra, (1533-1592), letras universales, páginas 157-158-159

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018