jueves, 16 de marzo de 2017

Los conquistadores, Malraux

       Hijo de un suizo y de una suiza, hablaba el alemán, el francés, el ruso y el inglés, que había aprendido en el colegio. No dirigió un editorial, sino la sección de traducciones de una sociedad cuyas ediciones no eran, por principio, pacifistas.
       Como dice el informe de la policía, tuvo ocasión de frecuentar a algunos jóvenes del grupo bolchevique. Pronto comprendió que esta vez se encontraba, no ante predicadores, sino ante técnicos. El grupo era poco acogedor. Sólo recuerdo de su proceso que, en este medio, no había sido aún olvidado, le permitió no ser recibido como un importuno ; pero, al no estar vinculado a su acción (no había querido ser miembro del partido, sabiendo que sería incapaz de soportar la disciplina y no creyendo en la proximidad de una revolución), no tuvo nunca con sus miembros más que relaciones de camaradería. Los jóvenes le interesaban más que los jefes, de los que únicamente conocía los discursos, esos discursos pronunciados en tono de conversación, en pequeños cafés llenos de humo, ante una veintena de camaradas desplomados sobre las mesas y en los que sólo el rostro demostraba su atención. No vio jamás a Lenín. Si la técnica y el gusto por la insurrección de los bolcheviques le seducían, el vocabulario doctrinal y sobre todo el dogmatismo de que estaban atiborrados le exasperaban. A decir verdad, pertenecía a este tipo de personas para quienes el espíritu revolucionario no puede nacer mas que de la revolución que comienza, para quienes la Revolución es, ante todo, un estado de cosas


Malraux, Los conquistadores, Barcelona, Editorial RBA coleccionables S. A., 1995, Página 54
Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita, primero de bachillerato. Curso 2016-2017

El Asno de Oro, Apuleyo


Libro XI

14. Yo, estupefacto, atónito, sin decir palabra e inmovil, no podía con la felicidad tan repentina y tan completa que sentía. Ante todo, ¿que podria decir y como empezar? ¿De donde sacaria un exordio para estrenar mi voz? ¿Que palabras serian de feliz augurio con ocasion de haber recobrado el lenguaje? ¿Que términos serian bastante elocuentes para expresar mi agradecimiento a la agusta diosa?
     El propio sacerdote, bien enterado, por divina inspiración, de toda la serie de mis desgracias, aunque no por ello menos conmovido el tambien ante el insigne milabro, mandó, por gestos, que ante todo se me diera un manto de lino para cubrirme; pues en cuanto el asno me habia quitado de encima su nefado envoltorio, yo me habia encogido y aplicado las manos estrechamente como velo natural para cubrir mi desnudez en la medida de lo posible.
     Entones, uno de los que integraban la piadosa escolta se quitó sin vacilar su túnica exterior y me la echó instantáneamente encima. Después de esto, el sacerdote, con ademán de inspirado y excesión verdaderamente sobrenatural, extasiado en mi presencia, habla en los siguientes terminos...



       Apuleyo, El Asno de Oro. Madrid. Biblioteca Clásica Gredos, Edicion: 1978. Pag 301.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Guillermo Tell, Friedrich von Schiller


ESCENA II

    Lugar cerrado y agreste en un bosque, cascadas de agua fina, como polvo, caen de las rocas.
Bertan vestida de cazadora, Poco después Rudenz.

BERTA. Me sigue. Por fin pondré explicarle mis sentimientos. 
RUDENZ. (entra rápidamente). Señorita, ahora por fin os encuentro sola. Abismos nos rodean, en este lugar desierto no temo a ningún testigodescargaré de mi corazón el largo silencio...
BERTA. ¿ Estáis seguro de que la cacería no nos sigue?
RUDENZ. La cacería está allá lejos... ¡Ahora o nunca! Tengo que aprovechar este momento precioso... Tengo que ver decidido mi destino , aunque me separara eternamente de vos...Oh, no rodeéis vuestra bondadosa mirada de ese sombrío rigor! ¿ Quién soy yo para atreverme a alzar a vos mis audaces deseos? La fama no ha pronunciado aún mi nombre, yo no puedo alinearme con los caballeros, que famosos por sus victorias y deslumbrantes os pretenden. No tengo nada más que mi corazón llenos de lealtad y de amor...
BERTA.(seria y severa). ¿Puede hablar de amor y de lealtad el que es infiel a sus deberes inmediatos? (Rudenz retrocede) ¿ El esclavo de Austria, que se vende al extranjero que somete a su pueblo?
RUDENZ.¿De vos, señorita mía, oigo ese reproche? ¿ A quién sino a vos busco en aquel partido?
Berta. ¿ Pensáis encontrarme al lado de la traición? ¡Andantes quisiera dar mi mano a Gessler, el opresor, que al hijo de Suiza, desnaturalizado, que puede convertirse en instrumento suyo!
RUDENZ. ¡Oh Dios, lo que tengo que oír!


Friedrich von Schiller, Guillermo Tell, RBA Coleccionables, S.A. Barcelona 1994, edición planeta S.A. Página 219
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.