jueves, 2 de febrero de 2017

el Sueño o la vida de Luciano, Luciano de Samósata

    Así, llegado el día que se creyó a propósito para inciar mi aprendizaje, fui encomendado a mi tío, sin que me molestara, ¡por Zeus!, el hecho; al contrario, considerando que aquello sería para mí una excelente diversión y un modo de presumir ante mis compañeros, si me veían esculpiendo figuras de dioses y modelando pequeñas estatuillas para mí y para quien yo quisiera. Pero lo primero que me sucedió fue lo que suele ocurrirles a los principiantes: entregóme mi tio un cincel y me ordenó que puliera con cuidado una tablilla que estaba allí en medio, añadiendo el conocido refrán; <>. Mas, en mi experiencia, golpeé demasiado fuerte la tablilla y ésta se rompio; él, entonces, lleno de cólera, cogió un bastón que tenía allí cerca y me inició en su arte de un modo no muy agradable ni atractivo, de modo que comencé mi aprendizaje con lágrimas.
     Escapé de allí. Me dirijo ami casa, sollozando sin cesar, y, con los ojos llenos de lágrimas, les cuento lo del bastón y les muestro mis cardenales; acuso a mi tío de excesiva crueldad, añadiendo que lo había hecho todo por envidia, temeroso 











Luciano de Samósata, Diálogos, Barcelona, Editorial Planeta, S.A 1988, Primera edición en clásicos universales Planeta, Pág 180.
Seleccionado por David Francisco Blanco, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017.

Historia de Roma desde su fundación, Tito Livio


      Una vez nombrado el primer dictador de Roma, cuando la plebe vio que iba precedido por las hachas, la asaltó un profundo temor, de suerte que estaba más atenta a obedecer sus mandatos. Y es que no cabía, como en el caso de los cónsules, que tenían el mismo poder, recurrir a otro del mismo rango ni apelar al pueblo, ni quedaba más recurso que una escrupulosa obediencia. También a los sabinos los atemorizó la creación de un dictador en Roma, tanto más cuando se suponía que eran ellos la causa de tal medida; por eso envían una embajada para tratar la paz. Al pedir ésta al dictador y al senado que fuesen indulgentes con una inconsciencia juvenil, se les respondió que se puede perdonar a unos muchachos, pero no a unos hombres hechos y derechos que empalman una guerra con otra. Hubo sin embargo, conversaciones de paz, y hubieran cuajado, si los sabinos hubieran consentido en indemnizar los gastos que habían ocasionado los preparativos de guerra, cosa que se les reclamó. La guerra fue declarada, pero una tregua tácita mantuvo la calma durante un año.















Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación
. Barcelona, ed. Gredos, S.A., col. Biblioteca Básica Gredos, pág 140.
     Seleccionado por Marta Talaván González. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Eneida, Virgilio

LA CAÍDA DE TROYA

CONSTRUCCIÓN DEL CABALLO

Los jefes de los dánaos, quebrantados al cabo por la guerra,
patente la repulsa de los hados -son ya tantos loa años transcurridos-,
construyen con el arte divino de Palas un caballo del tamaño de un monte
y entrelazan de planchas de abeto su costado.
Fingen que es una ofrenda votiva por su vuelta. Y se va difundiendo ese rumor. 
A escondidas encierran en sus flancos tenebrosos
la flor de sus intrépidos guerreros y llenan hasta el fondo
las enormes cavernas de su vientre de soldados armados. 
A la vista de Troya está la isla de Ténedos, sobrado conocida por la fama.
Abundaba en riquezas mientras estuvo en pie el reino de Príamo,
hoy sólo una ensenada, fondeadero traidor para las naves.
Hasta allí se adelantan los dánaos y se ocultan en la playa desierta. 


       Virgilio, Eneida. Barcelona, Gredos. Bliblioteca Básica Gredos, primera edición, 2000. Página 40.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

El paraíso perdido, John Milton

   Libro VII

      Desciende del cielo, Urania, si es éste
Tu justo nombre, para que siguiendo
Tu voz divina logre remontarme
Más alto que la cumbre del Olimpo
Y que el vuelo del alado Pegaso. El sentido, no el nombre, es el que invoco;
Pues tú no estás ni con las nueve musas
Ni en la cima del viejo Olimpo moras,
Sino que, del Cielo nacida, antes
Que se alzaran los montes y manaran Las fuentes, conversabas con tu hermana,
La Sabiduría eterna, y con ella
Jugabas en la presencia del Padre
Todopoderoso, que gozaba
Con tu celeste canto. Hacia lo alto,
LLevado por ti, al Cielo de los Cielos
He osado llegar, terreno huésped,
Y he aspirado el aire del Empíreo,
Por ti templado; guíame con igual
Seguridad a mi regreso hacia
Mi elemento natural, no sea que
Tirado de este ligero corcel
Desbocado, caiga en el  campo de Alea,
Para vagar por él abandonado,
Como le sucedió a Belerofonte
En su día, aunque no de una región
Tan elevada.




     John Milton, El paraíso perdido, Madrid, Edt. CATEDRA, Letras Universales, 1986. 479 páginas. Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Los conquistadores, Malraux

       Trabajo después con Nicolaiev. El jefe de la policía es un antiguo agente de la Ojrana. Borodín conoce su expediente, actualmente en la Checa. Afiliado a las organizaciones terroristas antes de la guerra, hizo arrestar a un buen número de militantes. Estaba muy bien informado, ya que unía a sus propias confidencias las de su mujer, terrorista sincera y respetada, que murió de manera singular. Diversas circunstancias apartaron de él la confianza de sus camaradas, sin permitir no obstante el nacimiento de una opinión lo bastante para justificar su ejecución. Desde ese momento, la Ojrana lo consideró quemado y dejó de pagarle. Era incapaz de trabajar. Erró de miseria en miseria, fue guía, vendedor de fotos obscenas... Periódicamente imploraba a la policía que le enviase algún dinero para socorrerle; vivía asqueado de sí mismo, fracasado, apegado sin embargo a esa policía por una especie de espíritu de cuerpo. En 1914, al tiempo que solicitaba cincuenta rublos -fue su última demanda-, denunció, como para pagarla, a su vecina, una anciana que ocultaba armas...
       La guerra le liberó. Dejó el frente en 1917, terminó por ir a parar a Vladivostock, después Tientsin, donde se embarcó, en calidad de lavaplatos, en el barco que zarpaba hacia Cantón. Aquí reinició su antigua profesión de confidente y supo mostrar la suficiente habilidad para que Sun-yat Sen le confiase, cuatro años más tarde, uno de los puestos más importantes de su policía secreta. Los rusos parecían haber olvidado su antigua profesión.
       Mientras acabo de poner en orden el correo de Hong Kong, él estudia la represión del levantamiento de ayer.
      -Entonces, ¿comprendes, pequeño?, elegí la sala más grande. Es grande, muy grande. Me siento en el sillón presidencial, solo, completamente solo, en el estrado; completamente solo, ¿comprendes bien? No hay más que un estribano en un rincón y, detrás de mí, seis guardias rojos que no entienden más que el cantonés, revólver en mano, claro está. Con frecuencia, cuando el fulano entra, da un taconazo (hay hombres valientes, como dice tu amigo Garín), pero cuando sale, jamás da un taconazo. Si hubiese alguien allí, si hubiese público, no lograría nunca nada: los acusados resistirían. Pero cuando estamos completamente solos.. Tú no puedes comprenderlo: completamente solos...
       Y con una sonrisa desvaída, una sonrisa de viejo gordo excitado al contemplar una niña desnuda, añade, arrugando los párpados:
       -Si supieses qué cobardes se vuelven...


Malraux, Los conquistadores, Móstoles-Madrid, Editorial Argos Vergara, páginas 114, 115.
 Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Del Espíritu de las Leyes, Montesquieu



Tercera parte
Libro XIV
De las leyes en su relación con la naturaleza del clima
Capítulo II: Los hombres son diferentes según los diversos climas.

   El aire frío contrae las extremidades de las fibras exteriores de nuestro cuerpo: ello aumenta su actividad y favorece el retorno de la sangre desde las extremidades al corazón. Disminuye además la longitud de dichas fibras, por lo que su fuerza queda aumentada. El aire cálido, por el contrario, relaja las extremidades de las fibras y las alargas, por lo que su fuerza y su actividad disminuyen.
   Así, pues, el hombre tiene más vigor en los climas fríos: la actuación del corazón y la reacción de las extremidades de las fibras se realizan con más facilidad, los líquidos se equilibran mejor, la sangre fluye con más facilidad hacia el corazón y, recíprocamente, el corazón tiene más potencia. Este incremento de fuerza debe producir muchos efectos, por ejemplo: más confianza en sí mismo, es decir, más valentía; mayor consciencia de la propia superioridad, es decir, menor deseo de venganza; idea más afianzada de seguridad, es decir, más franqueza, menos sospechas, menos política y menos astucias. Finalmente, ello debe dar origen a caracteres muy diferentes.


Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes, colección clásicos del pensamiento, 5º edición publicada en 2002, editorial Tecnos, pag 155 , tercera parte, libro XIV.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Trópico de Cáncer, Henry Miller


      Todo es exactamente como era antes, los elementos no han cambiado, el sueño no es diferente de la realidad. Sólo que, entre el momento en que se quedo dormido y el momento en el que se despierta, le han robado el cuerpo. Es como una máquina que vomita periódicos, millones y billones de ellos cada día, y la primera página esta llena de catástrofes , de disturbios, asesinatos, explosivos, colisiones, pero él no siente nada. Si alguien no gira el interruptor nunca sabrá lo que significa morir: no puedes morir, si te han robado el cuerpo. Puedes montar sobre una tía y magrearla como un macho cabrío hasta la eternidad: puedes ir a las trincheras y volar en pedazos; nada creará esa chispa de pasión sino interviene una mano humana. Alguien tiene que poner la mano en la máquina y forzarla para que los engranajes vuelvan a encajar bien. Alguien tiene que hacer eso sin esperar recompensas, sin preocuparse por los quince francos; alguien cuyo pecho sea tan delgado, que si le prendieran una medalla, quedaría jorobado. Y alguien tiene que dar de comer a una tía hambrienta sin temor de que se le vuelva a salir. De lo contrario, este espectáculo no acabará nunca. No hay forma de salir de este lío...


Henry Miller, Trópico de Cáncer, colección S.A.  traducida por ediciones Alfaguara, publicada en 2000 , Mostoles, Madrid, página 136.
seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016- 2017.

Aventuras de Tom Sawyer, Twain



CAPITULO XXX

       La primera cosa que Tom oyó el viernes por la mañana fue una noticia alegre: la familia del juez Thatcher había vuelto a la ciudad la noche anterior. El indio Joe y el tesoro pasaron a un segundo plano de momento y Becky ocupó el primer lugar  en el interés del chico. La vio y se divirtieron enormemente jugando al escondite y a las cuatro esquinas con un montón de condiscípulos. El día fue completado y coronado de una manera especialmente satisfactoria. Becky pidió instantáneamente que fijara para el día siguiente la merienda, prometida y aplazada desde hacía tanto tiempo, y ella dio su consentimiento. La alegría de la niña no tenía límites, y la de Tom no era más moderada. Se enviaron las invitaciones antes del anochecer y la gente joven del pueblo fue invadida por la fiebre de los preparativos y una agradable expectación. La excitación de Tom le mantuvo despierto hasta muy tarde. Tenía esperanzas de oír el maullido de Huck y conseguir su tesoro para asombrar a Becky y a los participantes en la fiesta, al día siguiente; pero fue defraudado: no llegó ningún aviso aquella noche.
       La mañana llegó finalmente, y a las diez o las once una pandilla atolondrada y traviesa se reunió en la casa del juez Thatcher, donde todo estaba listo para la partida. NO era costumbre que los mayores echasen a perder la merienda con su presencia. Se consideraba que los niños estaban bastante seguros bajo las alas de unas cuantas señoritas de dieciocho años y unos cuantos señoritos, de más o menos, veintitrés. Se alquiló para esta ocasión el viejo vapor transbordador. De pronto el alegre tropel llenó la calle principal cargado de cestas de provisiones. Sid estaba enfermo y no pudo asistir. Mary se quedó en casa para hacerle compañía. La última cosa que la señora Thatcher dijo a Becky fue:
       -No volverás hasta tarde. Quizá sería mejor que pasases la noche con algunas de las chicas que viven cerca del embarcadero.
       -Entonces me quedaré en casa de Susy Haper, mamá.
       - De acuerdo. Pórtate bien y no des molestias a nadie.
        Luego, cuando iban andando, Tom dijo a Becky.
       -Oye: te diré lo que tienes que hacer. En vez de ir a casa de Joe Harper, subiremos a la colina y nos pararemos en casa de la viuda Douglas: ¡Tendrá helado! Tiene casi todos los días cantidades enormes. Y estará muy contenta de vernos.
       -¡Oh, sí que era divertido!
       Luego Becky reflexionó un rato y dijo:
       -Pero ¿qué dirá mamá?
       La niña volvió la cabeza y dijo a regañadientes:
       -Creo que está mal... pero...
       - Pero, ¡diablos! Tu madre no se enterará y, así, ¿qué hay de malo en ello? Todo lo que quieres es que no te pase nada, y estoy seguro de que te habría dicho que fueses allí, si hubiera pensado en ello. ¡Sé que lo habría hecho!




Twain, Aventuras de Tom Swayer, Barcelona, 1994, Bruguama S.A, páginas 219-220.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.

Las Aventuras de Huckleberry Finn, Mark Twain

   CAPÍTULO XV 

     Calculamos que en tres noches llegariamos al Cairo, al sur de Illinois, en la confluencia con el rio Ohio, y ésa era nuestra meta. Una vez allí pensabamos vender la balsa y con ello comprar un pasaje para el vapor y remontar el Ohio hasta lletgar a los Estados libres, donde ya no tendríamos problema.
     Bien, pues a la segunda noche vimos acercarse una espesa niebla y buscamos una ensenada para amarrar la balsa, porque con niebla y buscamos una ensenada para amarrar la balsa, porque con niebla no es bueno navegar. Me adelanté yo en la canoa con la amarra en la mano, pero no mas que pequeños serpollos para fijarla. Al fín me decidí y amarré la cuerda a uno de ellos, pero la corriente era muy fuerte, y vino una violenta sacudida que se llevo a la balsa, arrancando el arbusto de raiz. Vi como la niebla espesaba y me acercaba, y me entró tal pánico que estuve como medio minuto inmóvil,  sin capacidad para reaccionar, y entre tanto la balsa se esfumó en la niebla. No se podía ver a más de veinte metros de distancia. Salté a la canoa, me fui a la popa, empuñé el remo, y quise separarla de la orilla apoyandome en él, pero la canoa no cedía. Me dí cuenta de que con las prisas me habia olvidado de soltar la amarra. Volví a saltar a tierra e intenté desatarla, pero estaba tan nervioso y me temblaban tanto las manos que no daba pie con bola.
     En cuanto pude soltarla, me lancé con toda mi alma a la persecución de la balsa, siguiendo en línea recta desde el serpollo donde la había atado. Mientras navegué por la pequeña ensenada en que nos habiamos refugiado, todo fue bien porque lograba orientarme algo, pero ésta no tenía más de sesenta metros de largo, y en el momento en que la dejé atrás me vi sumergido en una espesa capa blanca, y perdí totalmente la noción de hacia dónde me dirigía.



Mark Twain, Las Aventuras de Huckleberry Finn. Madrid, ed. Magisterio Español, S. A., col. Clasicos Norteamericanos S. XIX, págs. 105.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.