jueves, 10 de noviembre de 2016

El fantasma de Canterville y otros cuentos, Oscar Wilde

     Llevaba más de setenta años sin aparecer bajo esa guisa; de hecho, desde que le dio tal susto a la hermosa Lady Barbara Modish que ella no dudó en romper su compromiso con el abuelo del actual Lord Canterville y se fugó a Gretna Green con el apuesto Jack Castletown, afirmando que por nada del mundo accedería a formar parte de una familia que permitía a un fantasma tan horrendo pasearse al anochecer por la terraza. Al pobre Jack lo mataría Lord Csnterville tiempo después en un duelo en el Ejido de Wandsworth, y Lady Barbara murió de pena en Tunbridge Wells antes de fin de año, así que había sido todo un éxito. No obstante, fue una "caracterización" sumamente díficil, si se permite hacer uso de una expresión tan teatral para aludir a uno de los grandes misterios del mundo sobrenatural o, con término más científico, supranatural, y los preparativos le llevaron má de tres horas. Tuvo, por fin, todo a punto y se sintió muy complacido por su aspecto. Las botas altas de montar que acompañaban al traje le venían un poco grandes y sólo puedo encontraruna de las dos pistolas, pero en conjunto estaba bastante satisfecho. A la una y cuarto atravesó , pues, la paredy se adentró sigiloso en el pasillo. Al llegar al dormitorio de los gemelos, que he de decir que llevaba el nombre de "Alcoba azul", por el color de las cortinas, encontró la puerta entreabierta. En su deseo de hacer una entrada sorprendente, la abrió de par en par, pero entonces un jarro lleno de agua se le vino encima, calándole hasta los huesos y pasándole apenas a dos centímetros del hombro izquierdo. Al mismo tiempo oyó risas sofocadas tras las cortinas de la cama. La conmoción de su sistema nervioso fue tal que huyó a su habitación tan rápido como puod, y al día siguiente tuvo que guardar cama aquejado de un resfriado agudo. Lo único que le consolaba era no haber llevado puesta la cabeza, porque, si no, las consecuencias podrían haber sido fatales.

     Renunció, pues, a cualquier esperanza de asustar a aquella familia de americanos groseros y limitó sus andanzas a vagar por los pasillos en zapatillas de fieltro, con una buena bufanda roja en la garganta para guardarse las corrientes, y un pequeño arcabuz por si lo atacaban los gemelos.





Oscar Wilde, El fantasma de Canterville y otros cuentos, Barcelona, Vicens Vives. Aula de Literatura, 2007, 155 páginas. Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

La hoguera de las vanidades, Tom Wolfe

PRÓLOGO

Todos a por el imbécil

       -¿Y qué nos dice luego? Nos dice: "Olvidad que pasáis hambre, olvidad que algún poli racista os matará de un tiro en la espalda..." Ha venido a veros Chuck. Chuck a venido a a Harlem...
       -Mire usted, se lo voy a explicar... 
       -Chuck ha venido a Harlem y...
       -Permítame que se lo explique...
       -A ver, ¿ha venido Chuck a Harlem para hacerse cargo de los problemas de la comunidad negra?
       Esto es la gota que colma el vaso.
       ¡Jeh-jeggggggggggjjjjjjjjjjjjjjjj!
       Es un cacareo demoníaco, emitido por alguien del público, Es un sonido que sale de un lugar tan profundo, de debajo de tantísimas y tan lujosas capas, que él sabe perfectamente el aspecto que tiene esa mujer. Cien kilos, ¡como mínimo! ¡Fuerte y grande como una caldera de calefacción! El cacareo estimula a los hombres. Una erupción de esos ruidos tripudos que tanto detesta él. Ya empieza:
       -Jejjejjej... unnnnjjjj-junjj... Eso... Díselo, hermano... Dale caña... 
       ¡Chuck! Qué insolencia: ahí está el tipo, justo enfrente, en primera fila, ¡y acaba de llamarle Charlie! Chuck es un diminuto de Charlie, y Charlie es el mote con el que los negros insultan a los peores racistas blancos. ¡Menuda insolencia! ¡Menuda impudicia! El calor y las luces son insoportables. El alcalde bizquea constantemente. Son las luces de la TV. Está rodeado de una luminosidad cegadora. Casi no llega a ver la cara del revientamítines. Solo ve una silueta alta, y los increíbles ángulos huesudos que forman los codos de ese sujeto cuando alza las manos sobre la cabeza. Y también entrevé un pendiente. Ese tipo lleva un enorme aro de oro en una oreja.



Tom Wolfe, La hoguera de las vanidades. Barcelona, Anagrama. Panorama de Narrativas, primera edición, 1988. Página 9. 
Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.