lunes, 13 de junio de 2016

Nana, Emile Zola

       Nana hizo una mueca de asco. No comprendía aquello. Y eso que decía, con su voz razonable, que sobre gustos no hay nada escritos, porque, ¿quién sabe lo que puede gustarle en un día? Por eso se comía su plato de crema con aire filosófico, dándose perfecta cuenta de que Satin tenía revolucionadas las mesas vecinas con sus grandes ojos azules de virgen. Sobre todo, había cerca de ella una rubia gorda muy amable; estaba como sobre ascuas y se arrimaba tanto que Nana estuvo apunto de intervenir, Pero en aquel momento la dejó sorprendida una mujer que acababa de entrar. Había reconocido a la señora Robert. Esta, con su linda cara de ratoncito gris, saludó familiarmente con un movimiento de cabeza a la criada alta y flaca; luego fue a apoyarse al mostrador de Laure.

     Émile Zola, Nana. Barcelona, ed. Planeta, col. Clásicos Universales Planeta, 106, pág. 245.
     Seleccionado por Coral García Domínguez. Primero de bachillerato. Curso 2015-2016.

lunes, 6 de junio de 2016

Una mujer sin importancia, Oscar Wilde

       Señora Arbuthnot. No lo sé. No lo siento, ni voy a presentarme ante el altar de Dios para pedir la bendición de El para una farsa tan repulsiva como un matrimonio entre George Hardford  y -yo. No pronunciaré las palabras de la Iglesia nos manda decir. No las diré. No me atrevo. ¿Cómo podría jurar que amaré al hombre que aborrezco, que honraré al que te trajo la deshonra, que obedeceré al que, valiéndose de su ascendiente, me hizo pecar? No; el matrimonio es un sacramento para los que se aman. No es para personas como yo o como él. Gerald, para salvarte del desprecio del mundo y de sus sarcasmos, le he mentido al mundo. No podría decirle la verdad al mundo. ¿Quién  puede hacerlo? Pero por interés mío no voy a mentir en presencia de Dios. No, Gerald ninguna ceremonia, santificada por la Iglesia o instituida por el Estado, me unirá jamás a George Hardford. Es posible que yo esté ya unida al que me robó, pero me dejó más rica que antes, de modo que en el cieno de mi vida encontraré la perla valiosa, o lo que a mí me pareció que lo era.
        Gerald. Ahora no te entiendo.
      Senora Arbuthnot. Los hombres no entienden lo que son las madres. Yo no soy distinta de las demás mujeres, excepto en el mal que se me causó y el mal que hice, y en mis muy pesados castigados y en mi vergüenza.
       
     Oscar Wilde, Una mujer sin importancia, Barcelona, Andrés Bello, ed. 5, pág. 194-195.
     Seleccionado por: Coral García Domínguez, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016