lunes, 10 de noviembre de 2014

Virgilio, Geórgicas

       Libro IV
     Prosiguiendo cantaré el don divino de la miel, que baja de los cielos: y dije tu mirada, oh Mecenas, también hacia esta parte. Voy a referir el espectáculo de pequeñas cosas que causarán tu admiración, magnánimos caudillos y, siguiendo su orden, las costumbres, aficiones, pueblos y combates de toda una nación. Mezquino el argumento de mi empresa pero no será mezquina la gloria, si al poeta las divinidades desfavorables no le impiden y si Apolo invocado le es propicio.
     Primeramente hay que elegir para la abejas una morada y lugar fijo, donde ni los vientos tengan entrada (pues los vientos les impiden llevar a sus casas el pasto), ni las ovejas ni los cabritos retozones trisquen entre las flores, o la ternera errante que le campo sacuda al rocío y tronche la hierba cuando crece.
     Lejos también de las colmenas bien abastecidas los lagartos pintados en su escamosa espalda, los abejarucos y otras aves, y Procne, que trae el pecho señalado con sus sangrientas manos, por que le desvastan todo por doquier y a las mismas abejas las atrapan al vuelo con el pico, comida dulce para sus crueles nidos. Pero que haya cristalinas fuentes y estanque que verdezcan con el musgo, y un arroyuelo que se deslice suavemente entre la hieba, y una palmera, o un acebuche corpulento, que den sombra al vestíbulo.



Virgilio, Geórgicas, Madrid, Edit.Gredos, col.Biblioteca Báscia Gredos, 2000, páginas 161, 162.
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Amores, Ovidio

                 Ningún amor vale tanto (¡aléjate, Cupido, y llévate tu aljaba!) como para que yo sienta una y otra vez deseos tan intensos de morir. Pues morir es mi deseo cuando pienso en tu delito, mujer nacida, ¡ay!, para mi eterna desgracia. Ni un mensaje sorprendido me revela tus actos, ni unos regalos dados furtivamente te acusan. ¡Ojalá mis argumentos fueran tales, que no pudiera vencer!; desgraciado de mi, ¿por que mi razones son tan buenas? Feliz aquel que se atreve a defender tercamente aquello que ama, aquél a quien su amiga puede decir "no lo hice". Es de hierro y concede demasiada importancia a su dolor aquel que pretende una victoria sangrienta, tras haber dejado a su amada convicta de culpa.

                 Yo mismo vi, desgraciado, vuestra traición, estando, sobrio aun con el vino junto a mí, cuando creías que estaba dormido; os vi diciéndoos muchas palabras con movimiento de cejas; en vuestros movimientos de cabeza había buena parte de voz. No se callaron tus ojos ni la mesa escrita con vino, y también en tus dedos hubo letras. Me di cuenta, aunque no lo pareciera, de la conversación que manteníais y de las palabras de las que habíais acordado dar un cierto significado. Y ya muchos convidados se habían retirado de la mesa; ambos amantes estaban el uno junto al otro: entonces los vi intercambiar lascivos besos (era evidente para mí que habían juntado sus lenguas) como una hermana no se los da a su severo hermano, sino como una tierna amante se los da a su apasionado amigo; como no es creíble que Diana se los diera a Febo, sino como Venus muchas veces se los dio a su querido Marte.

                "¿Qué estás haciendo? -exclamó- ¿adónde te llevas ahora goces que son míos? Mis manos caerán sobre aquello que por derecho les pertenece, Esto lo tienes que hacer conmigo y yo contigo en común: ¿por qué un tercero viene a tomar parte de nuestros bienes?" Eso dije y todo lo que el dolor dictó a mi lengua; a ella un vergonzoso rubor le subió al rostro culpable; un rubor como aquél con que colorea el cielo la esposa de Titono, o como el de una joven cuando la mira su reciente prometido; como resplandecen las rosas entre sus amigos los lirios, o como el marfil asirio que, para evitar que se ponga amarillo con el transcurso del tiempo, lo tiñe la mujer de Meonia. Ése era el color que ellos tenían o muy parecido a alguna de las cosas que he dicho, y ella en ninguna otra ocasión estuvo más hermosa. Miraba al suelo, y mirar al suelo le sentaba bien; había tristeza en su expresión, y ese tristeza le sentaba bien. Tal y como estaban sus cabellos (y estaban bien peinados), me dieron ganas de arrancárselos, y de lanzarme contra sus delicadas mejillas. Mas cuando vi su rostro, cayeron mis brazos vigorosos: mi amada se defendió con sus armas. Yo, que poco antes me había mostrado cruel, le pedía suplicante y tomando la iniciativa que no por eso me diera besos menos sentidos. Sonrío ella y de todo corazón me los dio lo mejor que pudo, besos tales que podrían quitar a Júpiter encolerizado su arma de tres puntas.

                  Pero, infeliz de mí, me atormenta el pensar que tal vez el otro los haya recibido tan buenos, y quisiera que no hubieran sido de igual calidad. Además los que ella me dio eran mucho mejores que los que yo le había enseñado, y me pareció que añadía algo recientemente aprendido. Es una desgracia que me hayan resultado más dulces que de costumbre, que su lengua haya entrado por entero entre mis labios y la mía entre los suyos. Y a pesar de todo no me aflije sólo esto: no me quejo únicamente de besos apretados, aunque también me quejo de estos besos apretados: tales no se han podido aprender en ningún otro sitio sino en la cama; no sé qué maestro ha conseguido la gran recompensa.
         
Ovidio, Amores, Libro II, Capítulo 5, Madrid, Editorial Gredos, Colección Biblioteca Básica Gredos, 2001, págs 56-57, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015

El sueño de una noche de verano, William Shakespeare

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA


Entra TESEO, HIPÓLITA, FILÓSTRATO y acompañamiento


      TESEO.- No está lejos, hermosa Hipólita, la hora de nuestras nupcias, y dentro de cuatro felices días principiará la luna nueva; pero, ¡ah!, ¡con cuánta lentitud se desvanece la anterior! Provoca mi impaciencia como una suegra o una tía que no acaba de morirse nunca y va consumiendo las rentas del heredero.
     HIPÓLITA.- Pronto declinarán cuatro días en cuatro noches, y cuatro noches harán pasar rápidamente en sueños el tiempo; y entonces la luna, que parece en el cielo un arco encorvado, verá la noche de nuestras solemnidades.
    TESEO.- Ve, Filóstrato, a poner en movimiento la juventud ateniense y prepararla a las diversiones: despierta el espíritu vivaz y oportuno de la alegría, y quede la tristeza relegada a los funerales. Esa pálida compañera no conviene a nuestras fiestas. (Sale Filóstrato.) Hipólita, gané tu corazón con mi espada, causándote sufrimientos; pero me desposaré contigo de otra manera; en la pompa, el triunfo y los placeres.





William Shakespeare, El sueño de una noche de verano, Madrid, ed. Edaf, 1997,  páginas 45 y 46.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.






Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar



EL COFRE PINTADO A FRANJAS


    - ¿Qué saca usted en consecuencia de esa embarcación, Allarddyce? - le pregunte.
     El segundo oficial estaba a mi lado en la popa, con sus piernas cortas, gruesas y abiertas en el ancho compás, porque el ventarrón había dejado tras sí una considerable marejada y las dos lanchas de cuarta casi tocaban la superficie de las aguas a cada balanceo de la embarcación. Asentó sus gemelos en los obenques de mesana y miró largo rato fijamente al barco desconocido y lamentable, mientras lo levantaba la cresta de una ola y permanecía en alto durante algunos segundos antes de hundirse por el lado contrario de aquélla. Estaba tan hundido en el agua que solo pude vislumbrar en algunas ocasiones la línea verdosa de las amuradas. 
     Era un bergantín, pero su palo mayo había sido arrancado de cuajo a unos diez pies por encima de la cubierta y no parecía que hubiese hecho para cortar y desembarcarse de aquella ruina que flotaba con sus velas y vergas, igual que el ala rota de una gaviota herida junto al costado  de la embarcación. El palo de trinquete seguía en pie, pero la vela cangreja flotaba en libertad, y las delanteras ondeaban como largos gallardetes blanco. Jamás he visto embarcación más maltratada que aquélla.



 Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar, Madrid, Valdemar, 1998, página 47. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Moby Dick, Herman Melville

Capítulo V
Desayuno 

     Yo le seguí rápidamente, y, bajando al bar, me acerqué muy contento al sonriente patrón. No le guardaba rencor, aunque él se había burlado de mí no poco en el asunto de mi compañero de cama.
     Sin embargo, una buena risa es una cosa excelente, y una cosa buena que anda más bien demasiado escasa: lo cual es una lástima. Así que si cualquiera, en su propia persona, concede materia para una buena broma a cualquiera, que no se eche atrás, sino empléese y déjese emplear de ese modo. Y si un hombre lleva en sí algo abundantemente risible, estad seguros de que hay más en ese hombre de lo que quizá imagináis.
     El bar estaba ahora lleno de los huéspedes que se habían dejado caer por allí la noche anterior, y a quienes yo no había mirado todavía bastante. Casi todos eran balleneros: primeros, segundos y terceros oficiales, carpinteros, toneleros y herreros de marina, arponeros y guardianes; una gente tostada y musculosa, de barbas boscosas; un grupo hirsuto y rudo, todos con sus chaquetones a modo de batines mañaneros.

Herman Melville, Moby Dick. Barcelona. Ed. Planeta. Páginas 54 y 55.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Milan Kundera, La broma



Sexta parte
1
    
    HACE YA MUCHOS AÑOS que no nos veíamos y en realidad nos hemos vistos en la vida sólo unas cuantas veces. Es extraño, porque en mi imaginación me encuentro con Ludvik Jahn muy a menudo y me dirijo a él, cuando hablo solo, como a mi principal antagonista. Ya me acostumbré tanto a su presencia y material que me quedé confundido ayer cuando me lo encontré, después de muchos años, como hombre real de carne y hueso. 
   
     Le he llamado a Ludvik mi antagonista. ¿Tengo derecho a llamarle así? Casualmente me he tapado con él siempre que me encontraba en una situación sin salida y él siempre me ayudó. Pero por debajo de esta unión externa estuvo siempre la profundidad del desacuerdo interior. No se si Ludvik se dio cuenta de eso en la misma medida que yo. En todo caso le daba mas importancia a nuestra unión externa que a nuestra interna diferenciación. Era irreconocible con los adversarios exteriores y tolerantes con las diferencias interiores. Yo no. Yo precisamente al contrario. Con esto no quiero decir que no quiera a Ludvik. Lo amo como amamos a nuestros antagonistas.


Milan Kundera, La broma. Barcelona. Editorial, Seix Barral S.A., página 227. 1987
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

El libro de la selva, Rudyar Kipling

RIKKI-TIKKI-TAVI

         Cuando en el agujero entró
         Ojos Rojos le dijo a Piel Arrugada,
          Escucha lo que habló:
          ¡Ven, Nag, con la muerte a bailar!

          Ojo con ojo, cabeza con cabeza,
                    (Mantén el ritmo, Nag.)
          Esto no terminará hasta que uno muera;
                       (A tu salud, Nag.)
          Vuelta a vuelta y giro a giro:
                   (Corre a esconderte, Nag.)
          ¡Ay! ¡La muerte encapuchada el golpe ha errado!
                     (Mala suerte la tuya, Nag.)*

     Ésta es la historia de la gran guerra que libró a solas Rikki-tikki-tavi por entre las salas de baño del amplio bungalow del acantonamiento de Segowlee. Lo ayudó Darzee, el pájaro sastre, y Chuchundra, el ratón almizclero, que no llega nunca ni hasta el centro de la habitación, sino que se arrastra siempre junto a la pared, le dio consejo; pero la verdadera batalla la libró Rikki-tikki.
     Rikki-tikki era una mangosta macho, por su pelaje y la cola bastante parecido a un gatito, pero más semejante a una comadreja por la cabeza y las costumbres. Tenía sonrosados los ojos y el extremo de su inquieto hocico; podía rascarse donde le placía, con cualquier pata, delantera o trasera; la que prefiera utilizar; sabía enderezar la cola hasta que parecía un callistémono*, y su grito de guerra cuando se lanzaba cruzando la alta hierba era: Rikki-tikki-tikki-tikki-tchk.

     Rudyar Kipling, El libro de la selva, Madrid, Editorial Akal, S.A., páginas 185, 186, 2003. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.