lunes, 27 de enero de 2014

El grillo del hogar, Dickens_Charles


                           Primer canto del grillo



       ¡EMPEZÓ la marmita! No me vengáis con lo que dijo la señora Peerybingle. Yo estoy mejor informado. La señora Peerybingle podrá porfiar hasta el fin de los tiempos que no sabría decir cuál de los dos empezó primero; pero yo os digo que fue la marmita. ¡Si lo sabré yo! Empezó la marmita, cinco minutos cumplidos, por el relojito holandés del rincón, reluciente de cera, antes que el grillo dejara oír su canto.
      ¡Como si el reloj no hubiera dejado ya de tocar, y el convulso segadorcito que lo corona, moviéndose a sacudidas a derecha e izquierda con su guadaña, frente a un palacio moruno, no hubiera segado medio acre de imaginaria hierba antes de que el grillo se uniese al concierto!
      Vamos, yo no soy de los que pretenden tener siempre razón. Todo el mundo lo sabe. No querría hacer valer mi opinión contra la de la señora Peerybingle si no estuviera completamente seguro. De ningún modo haría tal cosa. Pero está es una cuestión de hecho. Y el hecho es que fue la marmita la que empezó, al menos cinco minutos antes de que el grillo diera señales de vida. Contradecidme, y diré que fueron diez.
       Permítaseme narra exactamente cómo sucedió todo. Debiera haber procedido a hacerlo así de primerísima palabra, aunque solo fuera por esta simple consideración:si voy a referir una historia, debo comenzar por el principio, ¿y cómo es posible comenzar por el principio sin comenzar por la marmita?
       Fue como si hubiera entablado una especie de competición, o prueba de destreza, entiéndaseme, entre la marmita y el grillo. Y esto fue lo que llevo a los hechos y al modo en que se desarrollaron.
       La señora Peerybingle salió a la frialdad del escrúpulo y, taconeando por las mojadas losas con un par de chanclos cuyas numerosas y toscas huellas reproducían la primera proposición de Euclides por todo el patio, lleno la marmita el aljibe. De vuelta al poco rato, ya sin los chanclos ( merma bien notable, pues los chanclo eran altos y la señora Peerybingle bajita), puso la marmita al fuego.





Charles Dickens, el grillo del hogar. Primer canto del grillo, Acento editorial, Madrid,
1998, páginas 9-10. Seleccionado por: Laura Tovar García, segundo de bachillerato,
curso 2013/2014.




   

Odisea " CANTO XIV", Horacio


CANTO XIV       

[Conversación de Odiseo con Eumeo]
      
        Desde el puerto, por sitios selvosos, tomó ásperas ruta, entre algunas colinas, adonde le dijo Atenea que hallaría al porquero, el cual era de todos los siervos de Odiseo divino el que más por sus bienes miraba. Y sentado lo halló ante la puerta de un bello chiquero grande y bien construido, en un sitio de vista apacible, alto y que rodearse podía; y el mismo porquero lo hizo para los cerdos del rey que encontrábase ausente, sin que de ello supieran el alma ni el viejo Laertes, con molones, cercándolo todo de un seto espinoso; puso fuera, de un lado a otro lado, una serie de estacas muy espesas y juntas, cortadas del alma de un roble; construyó luego doce pocilgas adentro, muy juntas, dormideros de cerdas de cría, y en cada uno de ellos, sobre el suelo, se echaban cincuenta marranas , y todas parideras, y afuera los machos pasaban la noche, y eran menos, pues los pretendientes divinos, su número, al comerlos menguaban, pues siempre el porquero enviaba el mejor y más gordo de todos los cerdos que había; y trescientos sesentas eran entonces el número de ellos. Siempre hallábanse allí cuatro perros lo mismo que fieras que el porquero crió, el mayoral de los mozos pastores. A sus pies ajustábanse entonces un par de sandalias que cortaba del cuero de un buey, de color muy hermoso; de los otros, tres fuéronse con las piaras errantes, y él al cuarto lo había enviado a llevar a la villa ese cerdo obligado que los pretendientes soberbios inmolaban y luego con él su apetito saciaban.
        Y de pronto a Odiseo advirtieron los perros ladrantes, y, ladrando, lanzáronse a él, mas sentóse Odiseo con astucia , y dejo, que el callado en el suelo cayera. Tal vez junto a su establo un azar vergonzoso pasara si no hubiese acudido veloz el porquero, apartándolos, tan de prisa que el cuero teñido escapó de sus manos. Dando voces y echándoles piedras logró que los perros dispersáranse por la zahúrda y habló así a su amo:



Homero, La Odisea, Canto XIV, Barcelona, Editorial Planeta, año 1995, páginas 218-219. Seleccionado por: Paloma Montero Jiménez, segundo de bachillerato, curso 2013/2014.

Los cuentos de así fue, Rudyard Kipling

 El cangrejo que jugó con el mar.

       ASTANTE antes de los remotos y lejanísimos tiempos, mi queridísimo niño, era el Tiempo de los Verdaderos Comienzos; era por aquellos días cuando el más antiguo de los magos estaba preparando las cosas. Primero preparó la tierra; luego el mar; y finalmente dijo a todos los animales que salieran a jugar. Y los animales dijeron:

     -¡Oh tú, el más antiguo de los magos! ¿A qué podemos jugar?

     Y el mago les respondió: -Yo os lo enseñaré.

     Se dirigió al elefante( el único elefante que había ) y le dijo:

     -Juega a ser un elefante- y el único elefante que había jugó.

     Se dirigió al castor (el único castor que había) y le dijo:

     -Juega a ser un castor -y el único castor castor que había jugó.

     Se dirigió a la vaca (la única vaca que había) y le dijo:

     -Juega a ser una vaca -y la única vaca que había jugó.

     Se dirigió a la tortuga (la única tortuga que había) y le dijo:

     Juega a ser una tortuga -y la única tortuga que había jugó. Uno por uno se dirigió a todos los animales de tierra, a las aves y a los peces y les indicó a qué debían jugar.

       Mas cuando estaba atardeciendo, en ese momento en el que las personas y las cosas se sientes inquietas y cansadas, llegó el hombre. (¿Piensas que con su propia hijita?) Pues sí, con su queridísima hijita sentada en su hombro, y dijo el hombre:

     -¿Cuál es este juego, oh tú el más antiguo de los magos?

       El más antiguo de los magos le respondió: -Oh hijo de Adán, este es el juego del verdadero comienzo; pero tú eres demasiado sabio para jugar a él.

       Entonces el hombre le devolvió el saludo y le respondió: -Cierto, soy demasiado sabio para este juego; pero haz que todos los animales me obedezcan.

       Mientras los dos se hallaban hablando, Pau Amma el cangrejo, que tenía el turno siguiente para el juego, pensó para sí: <>. Nadie lo vio irse salvo la hijita, que se hallaba inclinada sobre el hombro del hombre. Y el juego prosiguió hasta que ya no quedó animal alguno sin su orden; entonces el más antiguo de los magos se sacudió el polvo de las manos y paseó por el mundo para ver cómo jugaban los animales.
      Fue al norte, queridísimo niño, donde encontró al único elefante, que hurgaba con los colmillos y pateaba con las patas la hermosa y limpia tierra que se había preparado para él.
     -¿Kun?- preguntó el elefante, lo que quería decir:<<¿Lo estoy haciendo bien?>>.
     -Payab kun- le respondió el más antiguo de los magos, lo que quería decir: <>. Entonces echó el aliento sobre las grandes rocas y terrones de tierras que el único elefante había levantado al jugar, convirtiéndolos en la enorme Cordillera Himalaya, que tú puedes ver en cualquier mapa.
 



Rudyard Kipling, Los cuentos de así fue, El cangrejo que jugó con el mar, Akal, páginas 169, 170, 171. Seleccionado por Paula Sánchez Gómez, segundo de bachillerato, curso 2013-2014.

La Odisea, Homero, "Canto XII"



      Nuestro barco las aguas dejó del océano, el gran rio, y salió nuevamente a las olas del mar anchuroso avanzando a la isla de Eea, en que tiene sus casas y sus coros la Aurora temprana y el sol sus salidas. arribados, hicimos que el barco encallase en la arena y, saliendo nosotros de él, nos rendimos al sueño en la misma rompiente aguardando la Aurora divina.

      Al mostrarse la Aurora temprana de dedos de rosa, envié por delante a mis hombres a casa de Circe que el cadáver trajeran de Élpenor mi amigo. Cortamos presurosos los leños y allá, sobre un gran promontorio que avanzaba en el mar, lo quemamos con lloros sin cuento.
      Reducido a cenizas que fue con sus armas y arreos, levantamos el túmulo y, puesta la estela, clavamos erigido en la cúspide el remo que vivo empuñara.

      En tal forma atendíamos nosotros a todo; mas Circe, al saber nuestra vuelta del Hades, llegó bien compuesta y solícita. Escolta le daban sus siervas cargadas de abundancia de pan y de carne y de vino espumoso.

       Colocándose en medio nos dijo la diosa entre diosas:
           '!Desdichados que en vida bajasteis a casa de Hades sometidos dos veces a muerte cuando una vez sola la padecen los otros! Mas, !ea¡ , bebed dulce vino y comed todo el dia; llegada la noche saldréis en la nave, que yo os mostraré vuestra ruta y remedio os daré contra toda funesta añagaza que os pueda producir nuevos daños en tierra o en mar.' Así dijo, persuadido quedó por su voz nuestro espíritu prócer y estuvimos sentados alli hasta el ocaso comiendo tasajos sin fin y bebiendo del vino esquisito.

Homero, La Odisea, Canto XII, Madrid, Editorial Gredos, 2000, páginas 189-190.
Seleccionado por Adrián Hernández García, segundo de bachillerato, curso 2013-2014.

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, R.L. Stevenson

       Serían las nueve de la mañana, y sobre la ciudad flotaba la primera niebla de la temporada. Un gran palio color chocolate colgaba bajo del cielo, pero el viento cargaba continuamente contra él y le arrancaba jirones; y así, mientras el coche avanzaba calle tras calle, Mr. Utterson captó una maravillosa profusión de grados y tonos de luz; porque aquí estaba tan oscuro como a última hora del atardecer; y allí se divisaba un resplandor de un intenso y pálido color pardo, como la luz de alguna extraña configuración; y más allá, por un momento, la bruma se desgarraba, y por entre los remolinos que formaba miraba un haz perdido de rayos de luz. El deprimente barrio del Soho, visto bajo aquellos cambiantes atisbos, con sus lodosas calles y sus desaseados transeúntes y sus farolas de gas, que no se habían apagado quizá para combatir aquella lúgubre y nueva invasión de la oscuridad, parecía, a los ojos del abogado, como un distrito de alguna ciudad de pesadilla. Sus pensamientos, además, estaban teñidos de colores más sombríos; y cuando miró a su compañero de viaje, fue consciente del ligero miedo hacia la ley y sus agentes que muchas veces asalta incluso a la persona más honesta.


       R. L. Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, El caso del asesinato de Carew, ed. el Mundo, col. Millenium las 100 joyas del milenio, Madrid, 1999, páginas 34-35. Seleccionado por Sara Paniagua Núñez, segundo de bachillerato, curso 2013-2014.

Cuentos de Navidad, Charles Dickens


Estrofa Segunda, El primero de los tres Espíritus.

       Cuando Scrooge se despertó, era tan oscuro que, mirando desde la cama, apenas si podía distinguir la transparencia de la ventana de las paredes opacas de su cuarto. Se esforzaba en atravesar la oscuridad con sus ojos aguzados, cuando oyó las campanas de la iglesia vecina dando los cuatro toques de los cuartos. Así que esperó que las campanas, después, le indicaran la hora.
       Se quedó sorprendido cuando la campana pasó de seis a siete toques, y de siete a ocho, y continuó su marcha normal hasta doce. Luego se detuvo. ¡Las doce! Se había ido a la cama a las dos y media. La campana debía estar equivocada. Un carámbano de hielo debía haber obstruido su maquinaria. ¡Las doce!
       Tocó el resorte de su despertador, para corregir a ese reloj de la iglesia tan creído. Su pulso rápido dio doce sonidos, y luego se detuvo.
       - ¡No! ¡No es posible!- dijo Scrooge- que haya dormido todo un día, y esté ahora a media noche del día siguiente. ¡No es posible que algo le haya ocurrido al sol, y que ahora sean las doce del mediodía!





Charles Dickens, Cuentos de Navidad, Segunda Estrofa, El primero de los tres espíritus, Evergráficas, 2005, página 33 . Seleccionado por Paula Sánchez Gómez, segundo de bachillerato, curso 2013-2014