lunes, 15 de diciembre de 2014

Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar y otros cuentos de misterio en el mar

                               "El viaje de Mr. Jelland"



     -Verán ustedes -dijo nuestro anglojaponés en el momento en que acercábamos los sillones para colocarlos alrededor de la chimenea del salón de fumar-. Lo que voy a contarles es allí una vieja historia y es posible que haya aparecido ya en letra impresa. No quiero convertir este salón en un puesto de castañas, pero queda mucho viaje hasta el mar Amarillo, y es muy probable que ninguno de ustedes haya oído hablar de la balandra Matilda y de lo que a bordo de ella les ocurrió a Henry Jelland y a Willy McEvoy.



Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar y otros cuentos de misterio en el mar, Madrid, El club diógenes, Editorial Valdemar, 1995, página 69. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

D.H. Lawrence, El amante de lady Chatterley

II
     El párroco era un hombre amable de unos sesenta años, consciente de su deber, y personalmente reducido casi a la nulidad por el mundo, ¡déjame en paz! de la gente del pueblo. Las mujeres de los mineros eran casi todas metodistas. Los mineros no eran nada. Pero aun así, el uniforme oficial del cura bastaba para ocultar enteramente el hecho de que era un hombre como cualquier otro. No, él era el señor Ashby, una especie de aparato automático para predicar y rezar. 
     El obstinado, instintivo <<¡Nos consideramos tanto como usted, por muy lady Chatterley que sea!>>, confundió y desconcertó al principio a Connie. La rara, sospechosa y falsa amabilidad con que las esposas de los mineros acogía sus atenciones; el extrañamente ofensivo matiz del <<¡Válgame Dios! ¡Qué importante soy, con lady Chatterley dirigiéndome la palabra! ¡Pero que no se crea ella por eso que es más que yo!>>, que siempre notaba como tiñendo las medio aduladoras palabras de las mujeres, era insufible. No había forma de soportarlo. Era irremisible e injuriosamente contestatario.




     Lawrence D.H., El amante de lady Chatterley, Madrid, Bibliotex, S.L., 1960 Página: 23
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015

Jules Verne, Viaje al centro de la tierra


Altona, verdadero arrabal de Hamburgo, es cabecera de línea de ferrocarril de Kiel, que debía conducirnos hasta las orillas de los Belt. En menos de veinte minutos habíamos entrado en el territorio del Holstein.
A las seis y media el coche se detuvo ante la estación. Rápidamente se descargó, transportó, pesó, etiquetó y trasladó al furgón del tren los numerosos paquetes y artículos de viaje de mi tío. Y a las siete estábamos ya sentados uno frente al otro comportamiento. 
Silbó el vapor, y la locomotora se puso en movimiento. Estábamos ya en ruta.
¿Iba yo resignado? Aún no. Pero el aire fresco de la mañana y los detalles del paisaje, rápidamente renovados por la velocidad, me distrajeron de mis preocupaciones.
En cuanto al profesor, era evidente que su pensamiento se anticipaba al movimiento del tren, demasiado lento para su impaciencia.

Jules Verne, Viaje al centro de la tierra, Madrid, Editorial Alianza, 1998, pág 71. Seleccionado por Pablo Galindo Cano, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

La Divina Comedia, Dante Alighieri

EL INFIERNO
Canto primero


      Perdido una noche el Poeta en una enmaranañada y obscura selva va por fin a salir de ella por una colina que ve iluminada con el resplandor del sol, cuando se le presentan delante, interceptándole el paso, tres animales feroces. Atemorízase su ánimo, mas de pronto se le aparece la sombra de Virgilio, que le infunde aliento y promete sacarle de allí, haciéndole atravesar el reino de los muertos, primero el Infierno, después el Purgatorio; hasta que finalmente Beatriz le conduce al Paraíso. Echa andar la sombra, y síguela Dante.


     Hallábame a la mitad de la carrera de nuestra vida, cuando me vi en medio de una oscura selva, fuera de todo camino recto.
     ¡Ah! ¡Cuán penoso es referir lo horrible e intransitable de aquella cerrada selva, y recordar el pavor que puso en mi pensamiento!No es de seguro más penoso el recuerdo de la muerte. Mas para hablar del consuelo que allí encontré, diré las más cosas que me acaecieron.
     No sé fijamente cómo entré en aquel sitio: tan trastornado me tenía el sueño cuando abandoné la senda que me guiaba.
     Mas viéndome después al pie de la colina, en el punto donde terminaba el valle que tanta angustia había infundido en mi corazón, miré a lo alto, y vi su cima dorada ya por los rayos del planeta que conduce al hombre seguro por todas partes.



Dante Alighieri, La Divina Comedia, Barcelonaed. Océano, página 3.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Decamerón, Giovanni Boccaccio

Amor, si yo logro soltarme de tus garras,
apenas creer puedo
que de otro garfio nunca más caiga fuera.
Entré, siendo muy joven, en tus lides
que dulce y suma paz me parecían,
y pronto todas mis armas depuse,
como hace quien se cree estar seguro;
tú, rapaz, áspero y desleal tirano,
pronto me acometiste
con tus ingenios y tus crudas uñas,
para darme, ceñida en tus cadenas,
al que nació para la muerte mía,
toda llorosa y llena de congoja,
y así, él en su poder me tiene,
y tan dura señor se me muestra,
que jamás le han movido
suspiros, o este llanto me aja.
Todas mis súplicas las lleva el aire;
nadie me escucha, ni oírlas se apresta,
y crece mi tormento de hora en hora,
por lo que sin morir, vivo sin ganas.
Duélgate, Señor, pues, de mi infortunio,
y haz lo que no podría:
dámelo atado en tus lazos estrechos.
Sí esto hacer no quieres, desata
aquellos que aún a la esperanza me unen.
Hazlo, Señor así; si tal hicieres, 
yo confío que, alejada mi pena, 
bella cual fui, ceñir pueda corona
hecha de blancas y encarnadas flores.

Giovanni Boccaccio, Decamerón, Barcelona, ed. Planeta, 1982, página 375-376.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso de 2014-2015.

Anónimo, Cantar de Roldán

                       CXIV (CXVI)                    





     Hay allí un sarraceno, viene de Zaragoza
     (de toda la ciudad, una mitad es suya);
     su nombre es Climborín, mas no es de los notables:
     fue quien tomó la jura del conde Ganelón
     y en prueba de amistad le besara en la boca
     y que le regalara un yelmo y un carbunclo.
     Nuestra tierra francesa deshonrará, eso dice,
     y que al emperador quitará la corona,
     Cabalga en su caballo, que llama Barbamosca,
     que un gavilán más rápido, o que una golondrina.
     Lo aguija cuanto puede, lo deja a rienda suelta
     y se va a acometer a Engelier de Gascuña.
     No puede protegerlo la cota ni el escudo:
     la punta de la pica se la mete en el cuerpo
     y, apoyando con fuerza, le pasa todo el hierro
     y, sacudiendo el asta, lo abate muerto al suelo.
     Va gritando después: <<¡Muy fáciles son éstos!
     ¡Paganos, golpead y deshaced la hueste!>>
     Y los franceses: <<¡Dios, qué valiente perdimos!>>




Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, LETRAS UNIVERSALES, Editorial Cátedra, 1999, página 96 y 97. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Louisa May Alcott, Mujercitas

CAPÍTULO 1
La ruta del peregrino



      -La celebración de navidad sin bonitos regalos o va a parecer Navidad -murmuró Jo, tumbaba sobre la alfrombra.
      -¡Qué desgracia tan grande es ser pobre!  -exclamó Meg mientras se miraba el viejo vestido que la cubría.
      -Creo que no es justo que haya chica que naden en la abundancia mientras otras carecen de todo -agregó Amy, la menor, con un mamá, y con un ademán de protesta. -Tenemos a papá y a mamá, y también a nosotras mismas -repuso Beth en tono jovial desde la esquina en que se hallaba.
        Con tan optimistas palabras, se animaron los cuatro rostros juveniles, iluminados por los reflejos de la lumbre; pero volvieron a ensombrecerse cunado Jo se lamentó tristemente:
      -Pero a papá no lo tenemos ni lo tendremos con nosotras en mucho tiempo. No se atrevió a decir tal vez nunca más, pero cada una lo pensó para sí, imaginando a su padre tan lejos, en los campos de batalla. Tras un minuto de angustioso silencio, Meg, cambienado de tono, reaccionó:
     -Ya sabéis que mamá nos expuso que la falta de regalos para esta navidad se debía a la previsión de que todo vamos a pasar un invierno muy malo; mamá piensa que no debemos malgastar en caprichos personales mientras nuestros hombres sufren tanto en plena guerra. No es mucho lo que opdemos aportar; pero podemos ofrecer generosamente nuestros pequeños sacrificios. Aunque tengo miedo de no saber hacerlo -y Meg acompañó las últimas palabras con un gesto de contrariedad por la renuncia de los valiosos obsequios que tanto anhelaba.




Louisa May Alcott, Mujercitas, La Coruña, Everest, 2013, página 15-16. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Julio César, Comentario a la guerra de las galias

                                              LIBRO IV



     Al invierno siguiente, siendo cónsules Cneo Pompeyo y Marco Craso, los usipetes y tencteros de la Germanía en gran número pasaron el Rin hacia su embocadura en el mar. La causa de su transmigración fue que los suevos con la porfiada guerra de muchos años no los dejaban vivir ni cultivar sus tierras. Es la nación de los suevos la más populosa y guerrera de toda la Germanía. Dícese que tienen cien merindades, cada una de las cuales contribuye anualmente con mil soldados para la guerra. Los demás quedan en casa trabajando para sí y los ausentes. Al año siguiente alternan: van éstos a la guerra, quedándose los otros en casa. De esta suerte no se interrumpe la labranza, y está suplida la milicia. Pero morar más de un año en un sitio: su sustento no es tanto de pan como de leche y carne, y son muy dados a la caza. Con eso, con la calidad de los alimentos, el ejercicio continuo, y el vivir a sus anchuras (pues no sujetándose desde niños a oficio ni arte, en todo y por todo hacen su voluntad) se crían muy robustos y agigantados.


Julio César, Comentarios de la guerra de las Galias, Madrid, RBA, Editorial Planeta, 1995, página 76. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

El amor a Razón, Roman de la Rose, Guillaume de Lorris y Jean de Meun

                               Pero de algo más me quejo de ti,
      y es que me acusaste maliciosamente
      de que te ordenaba vivir sólo odiando.
      Dime, ¿cuándo, dónde o de qué manera?
                              -Vos no habéis dejado nunca de decirme
      que de mi señor tengo que alejarme
      por no sé qué amor que es poco seguido.
      Ni aun si hubiese alguno que hubiese viajado
      por el Occidente y por el Oriente
      y hubiese vivido tanto, que sus dientes
      se hubieran caído por su gran vejez,
      si hubiese corrido sin nunca parar,
      cuanto más pudiese, con paso muy vivo,
      recorriendo el mundo y viéndolo todo,
      tanto por el Norte como por el Sur,
      no habría encontrado, a mi parecer,
      la clase de amor de la que me habláis.
      Puesto que en el mundo se perdió su huella
      desde que los dioses dejaron la tierra
      cuando los gigantes de ella los echaron,
      ya que Caridad, Buena Fe y Derecho
      tuvieron que irse junto con los dioses.
      Y este amor también, que, al quedarse solo
      debió acompañarles sin otro remedio;
      igual que Justicia, que era la más sólida,
      que al final se fue como los demás.
      Efectivamente, dejaron la tierra,
      porque no podían soportar las guerras,
      y al cielo se fueron, donde se instalaron,
      y de donde nunca, salvo por milagro,
      osarán volver a este nuevo mundo.
      Engaño les hizo a todos huir,
      Engaño, que al mundo tiene en su poder
      debido a sus fuerzas y a sus malas artes.
      Y ni el mismo Tulio, que puso gran celo
      para descifrar los textos antiguos
      pudo conseguir, tras grandes esfuerzos,
      algunos ejemplos (sólo tres o cuatro,
      y buscó en los libros de todos los tiempos
      desde que este mundo fue configurado),
      en los que se hablara de ese raro amor,
      A mi parecer, antes lo hallaría
      entre las personas de su mismo tiempo,
      y probablemente entre sus amigos.
      Pero en texto alguno conseguí leer
      que ni un solo ejemplo consiguiera hallar.
      ¿Podría ser yo más sabio que Tulio?
      Sería muy loco y bastante necio
      si fuese buscando amores así,
      pues en este mundo hallarse no pueden.
      ¿Dónde buscaría amor de este tipo
      si en toda la tierra no lo encontraría?
      ¿Puedo yo volar, tal como las grullas,
      o incluso más alto, por entre las nubes,
      tal como voló el cisne de Sócrates?
             
Roman de la Rose, Parte II, El amor a Razón, Madrid, Editorial Cátedra, Colección Letras Universales, 1986, págs 188-189, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
     

Copérnico, John Banville



     Al morir la noche llega flotando, deslizándose suavemente sobre el brillante caudal del río, husmeando con el hocico levantado, pasa bajo el puente, junto al rastrillo, más allá del adormilado centinela. Un leve sonido de garras rascando los peldaños embarrados, una breve visión de un diente descubierto. Por un instante, en medio de la oscuridad, tiene una ligera sensación de agonía y angustia; y la noche retrocede. Ahora trepa los muros, se arrastra sonriente por debajo de la ventana... Envuelto en una capa negra, se agazapa entre las sombras de la torre y guarda el amanecer. Luego vienen los golpes, la voz angustiosa, el peldaño flojo y traicionero de la escalera, ¿y cómo es posible que sólo yo pueda oír el agua que cae a sus pies?
     Alguien quiere hablar con usted, canónigo.
     ¡No!, ¡no! ¡Dejadlo fuera! Pero él no permitirá que lo echen, se esconde en un rincón donde aún persiste  la oscuridad de la noche y se queda allí, vigilando. Unas veces se ríe con suavidad, otras deja escapar algún sollozo. Tiene la cara oculta tras la capa, a excepción de los ojos, pero yo lo reconozco bien, ¿cómo no iba a hacerlo? Él es lo inefable, lo inevitable, lo peor del mundo.¡Déjame ser, por favor!


     John Banville, Copérnico, Madrid, editorial Edhasa, 1990, página 111. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Henry James, Otra vuelta de tuerca



 Capítulo 14


         Todo empezó un domingo por la mañana cuando yo me dirigía a la iglesia. Tenía a mi lado al pequeño Miles. Más adelante iba la señora Grose llevando a Floraa de la mano. Recuerdo que era un día claro y transparente. Una ola de frío había barrido las nubes del cielo y limpiado la atmósfera de forma que las campanas de cercana iglesia teñían de forma vibrante, casi alegre. Llevaba el pequeño Miles su mejor traje, hecho a medida por el sastre de su tío, con un niño fuera ya un adulto dispuesto a lanzarse por los caminos de la vida. En esto andaba yo pensando, cuando el chico me hizo un pregunta que habría de precipitar los acontecimientos que se iban a producir en los días venideros:
    -Querida mía -me dijo con su impatía habitual-, ¿se puede saber cuándo piensa usted enviarme de nuevo al colegio?
     La pregunta parecía del todo inocua, sobre todo por el tono de voz del niño. Tenía su voz un sonido cálido y melodioso, de forma que al abrir la boca más que palabras parecía estar echando rosas. Era una voz que sin duda había deleitado a todas sus institutrices, y yo misma había caído bajo el embrujo de u melodía. Pero en aquella ocasión, y a pesar de la dulzura con que la pronunció, la frase llevaba veneno dentro y él lo sabía. Al oír sus palabras me paré en seco, como si uno de los grandes árboles del camino se hubiera desplomado ante mí. El se había percatado del efecto que sus palabras habían causado en mí y quiso aprovechar este momento de debilidad e incertidumbre.



   Henry James, Otra vuelta de tuerca, Madrid, Anaya, 1999, páginas 109-110. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.