lunes, 21 de octubre de 2013

Cuentos de Canterbury. "Cuento de la mujer de Bath", Geoffrey Chaucer

       En los antiguos tiempos del rey Arturo, de quien los bretones hablan con gran reverencia, toda esta tierra se hallaba llena de huestes de hadas. La reina de ellas, con su alegre acompañamiento, danzaba muy a menudo en las verdes praderas. Tal era la creencia antigua, según he leído. Hablo de muchos cientos de años ha; mas ahora ya no puede ver nadie ningún hada, pues en estos tiempos la gran caridad y las oraciones de los mendicantes y otros santos frailes, que recorren todas las tierras y todos los ríos con tanta frecuencia como motas de polvo en el rayo de sol, bendiciendo salones, cámaras, cocinas, alcobas, ciudades, pueblos, castillos, altas torres, aldeas, granjas, establos y lecherías son causa de que no haya hadas. Porque allí donde acostumbraban pasear las hadas, va ahora el mendicante, mañana, y tarde, rezando sus maitines y sus santas preces mientras visita su demarcación. Pueden las mujeres caminar con seguridad en todas direcciones, por todos los matorrales, o bajo cualquier arboleda; que allí no hay otro ser sino el fraile, quien no les hará afrenta alguna.
       Sucedió, pues, que el rey Arturo alojaba en su mansión a un alegre caballero. Éste, cierto día, volviendo a caballo desde el río, vio a una muchacha que caminaba delante de él tan sola como había nacido. Y, asaltando a la doncella inmediatamente, y a pesar de todo cuanto ella hizo, la despojó de su virginidad a viva fuerza. Por cuya violación levantose tal clamor y tales instancias cerca del rey Arturo, que el caballero fue condenado a muerte según las leyes. En virtud de las reglas de entonces, hubiera perdido la cabeza si no fuese porque la reina y otras damas pidieron de tal modo gracia al rey, que éste, en aquel punto, perdonó al ofensor la vida, sometiéndole por completo a la voluntad de la reina, para que ella eligiera si quería salvarle o hacerle perecer.


Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury, ed. Planeta, col. Clásicos Universales Planeta, Barcelona, 1984, página 200. Seleccionado por Sara Paniagua Núñez, segundo de bachillerato, curso 2013/2014.


No hay comentarios:

Publicar un comentario