viernes, 30 de noviembre de 2012

La momia, Anne Rice.

    Al cuarto día de viaje Elliott comprendió que Julie no volvería a salir a comer al gran salón; que haría todas sus comidas en su camarote y que probablemente Ramsey la acompañaba.
    Henry también había desaparecido casi por completo. Hundido, borracho, se pasaba el día entero metido en su camarote y no solía vestir más que los pantalones, una camisa y la chaqueta del esmoquin. Sin embargo esto no le impedía organizar partidas de cartas con miembros de la tripulación, a los que no les hacía mucha gracia la posibilidad de ser sorprendidos jugando con un pasajero de primera clase. Los rumores decían que Henry estaba ganando mucho, pero los rumores sobre él siempre habían sido los mismos. Tarde o temprano perdería todo lo que había ganado y aún más. Desde hacía mucho tiempo siempre le había ocurrido lo mismo.
   Elliot también se daba cuenta de que Julie hacía todo lo posible por no herir a Alex. Los dos daban su paseo vespertino por cubierta lloviera o hiciera sol, y de vez en cuando bailaban un rato después de la cena.
Ramsey siempre estaba allí, contemplándolos con sorprendente ecuanimidad y dispuesto a saltar en cualquier momento a bailar con Julie. Pero era evidente que habían acordado que Julie no desentendería a Alex.


Anne Rice, La momia, capítulo 12, texto seleccionado por Laura Mahillo, segundo de Bachillerato, 2012-2013.

Julio César , "escena I", William Shakespeare.

     FLAVIO - ¡Afuera! ¡A vuestras casas, holgazanes, marchad a vuestras casas! ¿Acaso es hoy día de fiesta? ¡Qué! ¿Soy trabajadores y no sabéis que en día de trabajo no debéis andar sin la divisa de vuestra profesión? ¡Habla! ¿Cuál es tu oficio?

     CIUDADANO 1º - A la verdad, señor, soy carpintero.

     MARULO - ¿Dónde está tu delantal de cuero y tu escuadra? ¿Qué haces luciendo tu mejor vestido? Y tú, ¿de qué oficio eres?

     CIUDADANO 2º - En  verdad, señor, que comparado con un obrero de lo mejor, no soy más, como diríais, que un remendón.

     MARULO - Pero ¿cuál es tu oficio? Responde sin rodeos.

     CIUDADANO 2º - Un oficio, señor, que espero podré ejercer con toda conciencia, y es, en verdad, señor, el de remendar malas suelas.

     MARULO - ¿Qué oficio tienes, bellaco? Avieso bellaco, ¿qué oficio?

     CIUDADANO 2º - No os enojéis conmigo, señor, os lo suplico. Pero aun enojado, os puedo remendar.
     MARULO - ¿Qué significa esto? ¡Remendarme tú, mozo imprudente!

     CIUDADANO 2º - Es claro, señor, remendar vuestro coturno.

     FLAVIO - ¿Es decir que eres zapatero de viejo?

     CIUDADANO 2º - En verdad, señor, yo no vivo sino por lezna. Ni me entremeto en los asuntos de los negociantes, ni en los de las mujeres, sino con la lezna. Soy en todas veras un cirujano de los calzados viejos. Cuando están en gran peligro los restauro, y la obra de mis manos ha servido a hombres tan correctos como los que en cualquier tiempo caminaron en el cuero más lujoso.

     FLAVIO - ¿Pues por qué no estás hoy en tu taller?¿Por qué llevas a estos hombres a vagar por las calles?

     CIUDADANO 2º - A decir ver, señor,  para que gasten los zapatos y tener yo así más trabajo. Pero ciertamente, si holgamos hoy es por ver a César y alegrarnos de su triunfo.

     MARULO - ¡Regocijarse! ¿De qué? ¿Qué conquista trae a la patria? ¿Qué tributarios le siguen a Roma, engalanando con los lazos de su cautiverio las ruedas de su carro? Vosotros, imbéciles, piedras, menos que cosas inertes, corazones endurecidos, crueles hombres de Roma, ¿no conocisteis a Pompeyo? ¡Cuántas y a cuántas veces habéis escalado muros y parapetos, torres y ventanas, y hasta el tope de las chimeneas, llevando en brazos a vuestros pequeñuelos, y os habéis sentado allí todo el largo día en paciente exceptación para ver al gran Pompeyo pasar por las calles de Roma! Y apenas veíais asomar su carro, ¿no lanzabais una aclamación universal que hacía temblar al Tíber en su lecho al oír en sus cóncavas márgenes el eco de vuestro clamoreo? ¿Y ahora os engalanáis  con vuestros mejores trajes? ¿Y ahora os regaláis con un día de fiesta? ¿ Y ahora os regáis de flores el camino de aquel que viene en su triunfo sobre la sangre de Pompeyo? ¡Marchaos, corred a vuestros hogares, caed de rodillas y rogad a los dioses que suspendan la calamidad que por fuerza ha de caer sobre esta ingratitud.

     FLAVIO - Id, id, buenas gentes, y por esta falta reunid a toso los infelices de vuestra clase, llevadlos a las orillas del Tíber y verted vuestras lágrimas en su cauce, hasta que su más humilde corriente llegue a besar la más encumbrada de sus márgenes. ( Salen los ciudadanos.) Mirad si no se conmueve su más vil instinto. Su culpa les ata la lengua y se ahuyentan. Bajad por aquella vía al Capitolio; yo iré por ésta. Desnudad las imágenes si las encontráis recargadas de ceremonias.

     MARULO - ¿Podemos hacerlo? Sabéis que es la fiesta lupercalia.

     FLAVIO - No importa. No dejéis que imagen alguna sea colgada en los trofeos César. Iré de aqui para allí y alejaré de las calles al vulgo. Haces los mismo dondequiera que los veáis aglomerarse. Estas plumas crecientes, arrancadas a las alas de César, no le dejarán alzar más que un vuelo ordinario. ¿Quién otro se podría cerner sobre la vista de los hombres, y tenernos a todos en servil recogimiento? (salen.)

William Shakespeare, Julio César , escena I, editorial Edaf. Seleccionado por Beatriz Iglesias , segundo de  Bachillerato, curso 2012-2013.

Otelo, "escena IV", William Shakespeare

Otra parte de la misma calle, delante de la casa de Bruto.
La misma.

     Porcia.-Corre, corre, muchacho, al palacio del senado.
No te detengas a responderme, ve al instante. ¿A qué te detienes?

     Lucio.- Para saber qué me encargáis, señora.

     Porcia.- Querría que pudieses ir y volver, aun antes de decirte lo que has de hacer allí. ¡Oh constancia! ¡Dame toda tu fuerza! Pon una montaña entera entre mi corazón y mi boca. Tengo la mente del hombre, pero la debilidad de la mujer. ¡Qué duro es para nosotras guardar secreto! ¿Todavía estás aquí?...

     Lucio.- Pero ¿qué haré señora? ¿Nada más que correr al Capitolio? ¿Y regresar lo mismo que he ido, y nada más?
     Porcia.- Sí, y avísame si tu amo parece bien, porque se fué un poco enfermo; y observa bien lo que hace César, y qué séquito le rodea. ¡Escucha! ¿Qué ruido es ése?

     Lucio.- No alcanzo a oír nada, señora. (Entra el adivino.)

     Porcia.- Acércate, mozo. ¿Por dónde has andado?

     Adivino.-En mi propia casa, señora.

     Porcia.-¿Qué hora es?

     Adivino.-Cerca de las nueves, señora.

     Porcia.-¿Ha ido ya Cérsar al Capitolio?

     Adivino.-Todavía no, señora. Voy a tomar un sitio para verle pasar al Capitolio.

     Porcia.- ¿Tienes algún lugar en el séquito de Cérsar?¿No es así?

Julio César

     Adivino.-Lo tengo, señora; y si César quiere ser tan bueno para César, que me preste oído, le suplicaré que vele por sí propio.

     Porcia.-¡Qué! ¿Sabes acaso que se intente hacerle algún mal?

     Adivino.-Ninguno, que yo sepa; pero alguno muy grande que temo podría acontecerle. Aquí la calle es angosta y la muchedumbre de senadores, pretores y secuaces comunes que se agrupan tras de los pasos de César, oprimirán a un hombre débil, quiźa hasta ahogarlo. Me iré a un sitió más despejado, y desde allí hablaré al gran César cuando pase.

     Porcia.-Debo retirarme. ¡Ay de mí! ¡Qué débil cosa es el corazón de la mujer! ¡Oh Bruto! ¡Los cielos te amparen en tu empresa! Sin duda el muchacho oyó decir: "Bruto tiene un séquito que no puede agradar a César." ¡Oh, siento que me desmayo! Corre, Lucio, y hazme presente a mi señor; dile que estoy alegre, y vuelve pronto, y repíteme lo que te habrá dicho. (Salen.)

William Shakespeare, Otelo, acto segundo, escena IV, Biblioteca Eda. Seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato, curso 2012-2013.

El rey Lear, William Shakespeare.

  EL CONDE DE KENT.-Siempre creí al rey más inclinado al duque de Albany que al duque de Cornualles.

  EL CONDE DE GLOUCESTER.-Lo mismo creíamos todos; pero hoy, en el reparto que acaba de hacer entre los de su reino, ya no es posible afirmar a cuál de los dos duques prefiere. Ambos lotes se equilibran tanto, que el más escrupuloso examen no alcanzaría a distinguir elección ni preferencia.

  EL CONDE DE KENT.-¿No es ése vuestro hijo, señor?

  EL CONDE DE GLOUCESTER.-Su educación ha corrido a mi cargo, y tantas veces me he avergonzado de reconocerlo, que al fin mi frente, trocada en bronce, no se tiñe ya de rubor.

  EL CONDE DE KENT,-No os entiendo.

  El CONDE DE GLOUCESTER.-Su madre me entendería mejor; por haberme entendido demasiado, vio un hijo en su cuna antes que un esposo en su lecho.
¿Comprendéis ahora su falta?

  EL CONDE DE KENT.-No quisiera yo que esa falta hubiese dejado de cometerse, pues produjo tan bello fruto.

  EL CONDE DE GLOUCESTER.-Tengo, además, un hijo legítimo, que lleva a éste algunos años de ventaja, pero no por ello lo quiero más. Verdad es que Edmundo nació a la vida antes que lo llamasen; pero su madre era una beldad, y no hay que ocultar el vergonzoso fruto que dio a luz. ¿Conoces a este gentilhombre, Edmundo?


El rey de Lear , William Shakespeare, acto primero, escena primera, Biblioteca Edaf, texto seleccionado por Laura Mahíllo. Segundo de Bachillerato, curso 2012-2013

El señor de las moscas, William Golding

I
El toque de caracola

El muchacho rubio descendió un último trecho de roca y comenzó a abrirse paso hacia la laguna. Se había quitado el suéter escolar y lo arrastraba en una mano, pero a pesar de ello sentía la camisa gris pegada a su piel y los cabellos aplastados contra la frente. En torno a él, la penetrante cicatriz que mostraba la selva estaba bañada en vapor. Avanzaba el muchacho con dificultad entre las trepadoras y los troncos partidos, cuando un pájaro, visión roja y amarilla, saltó en vuelo como un relámpago, con un antipático chillido, al que contestó un grito como si fuese su eco;
 -¡Eh-decía-, aguardo un segundo!
 La maleza al borde del desgarrón del terreno tembló y cayeron abundantes gotas de lluvia con un suave golpeteo.



William Golding, El señor de las moscas, editorial Edhasa, narrativas contemporáneas. Texto seleccionado por Eduardo Montes Romero, segundo de bachillerato curso 2012/2013.

viernes, 23 de noviembre de 2012

El manipulador "Capítulo III", Frederick Forsyth

Martes

-Se trata del cuarto de baño, tiene que ser el cuarto de baño -dijo el comisario Schiller, pocos segundos después de las siete de la mañana, cuando se adelantaba el soñoliento y malhumorado Wiechert para entrar en el apartamento.
-Pues a mí todo me pareció en orden -refunfuñó Wiechert-. A fin de cuentas, los chicos del equipo forense lo han registrado todo.
-Ellos buscaban huellas dactilares, no proporción en las medidas -replicó Schiller-. Fíjate en este armario empotrado en la pared del pasillo. Tiene dos metros de ancho. ¿No es así?
-Sobre poco más o menos.
-Ese lado de allá está al mismo nivel que la puerta del dormitorio de la puta. La puerta está al mismo nivel que la pared y el espejo que hay encima de la cabecera de la cama. Y ahora fíjate en que la puerta del cuarto de baño está más allá del armario empotrado. ¿Qué deduces de todo esto?
-Que tengo hambre -contestó Wiechert.
-Cállate. Observa que cuando entras al cuarto de baño y te vuelves hacia la derecha, tendría que haber dos metros hasta la pared del cuarto de baño.Ésa es la anchura exterior del armario, ¿correcto? Bien,compruébalo.
Wiechert entró en el cuarto de baño y miró hacia su derecha.

Frederick Forsyth, El manipulador "Capítulo III". Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, segundo de Bachillerato. Curso 2012/2013.

Cuentos de Canterbury, Geoffrey Chaucer

   En el tiempo en que las suaves lluvias de abril, penetrando hasta las entrañas la sequedad de marzo, hacen brotar las flores con el riego de su vivificante licor; en el tiempo en que Céfiro, con su grato aliento, anima los renuevos de todo árbol y planta; en el tiempo en que el Sol ha recorrido en Aries la segunda mitad de su curso; en el tiempo, en fin, en que las aves cantan, y estimuladas por la Naturaleza, pasan toda la noche sin cerrar los ojos; en ese tiempo, digo, suelen las gentes ir en peregrinación a remotos y célebres santuarios de apartados países. Y es entonces cuando, desde los límites de todos los condados de Inglaterra, acuden muchos romeros a Canterbury, a fin de visitar el sepulcro del santo y bienaventurado mártir que en sus enfermedades les acorrió

Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury , editorial Planeta. Seleccionado por Beatriz Iglesias, segundo curso de bachillerato. Curso 2012-2013

Middlemarch, George Eliot

   La señorita Brooke poseía esa clase de belleza, que parece resaltar con la sencillez del vestido. Sus manos y muñecas estaban tan finamente formadas que podía llevar unas mangas tan sencillas como aquellas con las que los pintores italianos solían retratar a la Virgen; y su perfil así como su estatura y su porte parecían ganar dignidad con la sencillez de sus ropas, que al lado de la moda de provincias la hacían semejante a una bella cita, sacada de la Biblia o de algunos de nuestros más antiguos poetas, e incluserta en un periódico de hoy. Decían de ella que era extraordinariamente inteligente, pero que su hermana Celia tenia mas sentido común. A pesar de que Celia apenas llevaba algún aderezo más, para los más observadores su forma de vestir difería de la de su hermana en un matiz de coquetería y en la forma de llevarlo. La sencillez con que vestía la señorita Brooke se debía a diversos motivos, la mayor parte de los cuales compartía su hermana. El orgullo de ser damas tenía algo que ver en esto: los parientes de los Brooke, aunque no exactamente aristócratas, eran sin lugar a dudas gente de buena posición.



George Eliot, Middlemarch, Editora Nacional, Texto seleccionado por Laura Mahillo, Segundo de bachillerato, 2012/13

Hamlet (Escena III), William Shakespeare

Entran el rey, Rosencrantz y Guildenstern

Ni me agrada, ni es prudente
dar rienda suelta a su demencia. Preparaos,
que yo os proporcionaré credenciales,
y él habrá de acompañaros a Inglaterra.
No puede nuestro estado permitirse el peligro
que, ominoso, crece hora a hora
con su locura.

Guildenstern

Estaremos dispuestos,
pues es sacrosanto deber dar protección
a tantos súbditos a quienes Vuestra Majestad
gobierna y da sustento.

Rosencrantz

Si es especial obligación de los hombres
velar, con todo su talento, vigor y armas, por su vida,
mayor será el deber cuando de esa vida
dependen otras muchas. Cuando la Majestad muere
no muere sola, sino que arrastra, como torbellino,
cuanto le es próximo. Es como esa rueda poderosa
colocada en lo más alto de un monte,
de cuyo eje pendieran, ensambladas,
diez mil piezas pequeñas. Al caerse,
cada una de las pequeñas piezas
-sean o no insignificantes- sigue
ese mismo ruinoso destino. No, nunca
suspiró un rey sin que gimiera con él el universo todo.

Rey

Preparaos de inmediato para este viaje de urgencias,
pues hemos de poner freno a ese temor
que ahora anda sin cadenas.

Rosencrantz y Guildenstern

Estaremos preparados.

Salen Rosencrantz y Guildenstern

Hamlet, William Shakespeare, editorial El Catedra. Seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013

César Imperial, Rex Warner

I.
Llegada a las Galias.
 Yo hubiera deseado hallarme en mi provincia a principios de año, pero tuve que demorarme dos meses y medio cerca de Roma, después de dejar mi consulado el 1 de enero. Una vez en mi provincia no podría abandornarla legalmente por un espacio de cinco años (de hecho, pasaron diez años antes de que abandonara las Galias y entonces lo hice, si debo ser franco, ilegalmente). Entretanto era indispensable que antes  de dirigirme hacia el norte protegiera las disposiciones que había tomado durante mi primer consulado.

César Imperial, Rex Wagner, editorial El País. Seleccionado por Eduardo Montes, segundo de bachillerato, curso 2012/2013.

Copérnico , John Banville.

Al principio no tenía nombre. Era el objeto mismo, algo vivo, y era su amigo. En los días de viento, danzaba, enloquecido, agitaba sus brazos con vehemencia; o en el silencio de la tarde se adormecía y soñaba mientras se balanceaba en el aire azul y dorado. Ni siquiera se iba por las noches; arropado en la cama, él podía oír sus tenebrosos movimientos, fuera, en la oscuridad durante toda la noche. Había otros, más cerca de él  y todavía más vivos, que iban y venían, hablando; pero lo eran totalmente familiares, casi como si formaran parte de sí mismo, mientras que éste, inmutable y lejano, pertenecía al misterioso exterior, al viento, al tiempo y al aire azul y dorado. Formaba parte del mundo, pero aun así era amigo suyo.


John Banville, Copérnico, pág. 11,  segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.


El tercer hombre "Capítulo 3", Graham Greene

Lo que ocurrió luego no me lo contó Paine, sino Martins, mucho tiempo después, cuando reconstruía la cadena de acontecimientos que, desde luego -aunque no de la manera que él esperaba-, me dejaron en ridículo. Paine le acompañó simplemente hasta el mostrador de la conserjería y allí explicó:
-Este caballero llegó en el avión de Londres. El coronel Caloway dice que le den una habitación. -Después de esta aclaración, dijo-: Buenas tardes,señor -y se marchó.
Probablemente estaba un poco avergonzado por el labio ensangrentado de Martins.
-¿Tiene usted reserva, señor? -preguntó el conserje.
-No. No creo -dijo Martins con voz apagada, con un pañuelo sobre la boca.
-Pensé que sería usted el señor Dexter. Tenemos una habitación reservada para una semana a nombre del señor Dexter.
-Ah, sí, yo soy el señor Dexter -dijo Martins.
Más tarde me contó que se le había ocurrido que Lime podía haber reservado una habitación para él con ese nombre, porque tal vez fuera a Buck Dexter y no a Rollo Martins a quien iba a emplear con fines propagandísticos. Una voz a su lado dijo:
-Lamento no haberle recibido en el aeropuerto, señor Dexter. Me llamo Crabbin.
El que hablaba era un hombre regordete, en el principio de la edad madura, con una tonsura natural y con unas gafas de concha con los cristales más gruesos que había visto nunca Martins.

Graham Greene, El tercer hombre "Capítulo 3", edit. Millenium.
Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, segundo de Bachillerato. Curso 2012/2013.

Dublineses, James Joyce

   North Richmond Street, por ser un callejón sin salida, era una calle callada, escepto a la hora en que la escuela de los Hermanos Cristianos soltaba sus alumnos. Al fondo del callejón había una casa de dos pisos deshabitada y separada de sus vecinas por su terrero cuadrado. Las otras casas de la calle, conscientes de las familias descendientes que vivían en ellas, se miraban unas a otras con imperturbables caras pardas.
   El inquilino anterior de nuestra casa, sacerdote de él, había muerto en la saleta interior. El aire, de tiempo atrás enclaustrado, permanecía estancado en toda la casa, y el cuarto de desahogo detrás de la cocina estaba atiborrado de viejos papeles inservibles. Entre ellos encontré muchos libros forrados en papel,  con sus páginas dobladas y húmedas: El abate, de Walter Scott; La devota comunicante y Las memorias de Vidocq. Me gustaba más este último porque sus páginas eran amarillas. El jardín silvestre detrás de la casa tenía un manzano en el medio y unos cuantos arbustos desparramados, debajo de uno de los cuales encontré una bomba de bicicleta oxidada que perteneció al difunto. Era una cura caritativo; en su testamento dejó todo su dinero para obras pías, y los muebles de la casa, a su hermana.





Dublineses, James Joyce, de la editorial Alianza Editorial, Texto seleccionado por Laura Mahíllo, Segundo de bachillerato, 2012/13

Alejandro Magno, Gisbert Haefs

I.
La mentira de Aristóteles.

 Al este de la carretera de Arcanania se veía un grupo de esclavos acrreando y arrastrando la basura de Atenas hacia una hondonada oculta entre peñascos, al pie de la colina. El suelo estaba anegado a causa de la lluvia de la noche anterior; algunos de los hombres se encontraban tan cubiertos de barro que no se distinguía ni su piel clara ni las lechuzas marcadas con hierro candente en sus hombros. Cuatro arqueros escitas, guardias mercenarios de la ciudad, los vigilaban.

viernes, 16 de noviembre de 2012

El amante , Marguerite Duras

Cuando muere es un día triste. De primavera, creo de abril. Me telefonean. Nada, no me dicen nada más. Lo han encontrado muerto, en el suelo, en su habitación. La muerte llevaba ventaja sobre el final de su historia. En vida ya estaba acabado, era un hecho desde la muerte del hermano pequeño. Las palabras subyugantes: todo está consumado.
Ella pidió que los enterraran juntos. Ya no sé dónde, en qué cementerio, sé que en el Loira. Están los dos en la tumba, sólo los dos. Es justo. La imagen es de un esplendor intolerable.
El crepúsculo caía a la misma hora duran
te todo el año. Era muy corto, casi brutal. Durante la estación de las lluvias, durante semanas, el cielo no se veía, estaba cubierto por una niebla uniforme que ni siquiera la luz de la luna atravesaba. Durante las estaciones secas por el contrario el cielo estaba desnudo, despejado en su totalidad, crudo. Incluso las noches sin luna eran luminosas. Y las sombras se dibujaban por igual en los suelos, en las aguas, en los caminos, en los muros.

Marguerite Duras, El amante, Texto seleccionado por Laura Mahíllo, segundo de Bachillerato, 2012/13

El mago de Oz, L.Frank Baum.

    Dorothy vivía en medio de las grandes praderas de Kansas, con el tío Henry, que era granjero, y la tía Em, que era la mujer del granjero. Su casa era pequeña, ya que la madera para construirla había tenido que ser transportada en una carreta a lo largo de muchos kilómetros. Había cuatro paredes un suelo y un techo, lo que hacía una habitación, y esta habitación contenía una herrumbrosa cocina de carbón, un armario para los platos, una mesa, tres o cuatro sillas, y las camas. El tío Henry y la tía Em tenían una cama grande en una esquina y Dorothy una cama pequeña en otra esquina. No había desván, ni tampoco sótano, salvo un pequeño agujero, cavado en el suelo, llamado sótano de los ciclones, donde podía protegerse la familia en caso de que se levantara uno de aquellos vendavales, lo bastante intensos como para aplastar cualquier edificio que se pusiera en su camino. A este sótano se llegaba por una trampilla que había en mitad de la habitación, de la que salía una escalerilla que conducía al pequeño y oscuro agujero.
  Cuando Dorothy se paraba en el umbral de la casa y miraba a su alrededor, no veía otra cosa salvo la gran pradera gris que la rodeaba por todos lados. Ni un árbol, ni una casa interrumpían la ancha extensión de llanura que llegaba hasta el borde del cielo en todas direcciones. El sol había cocido la tierra labrada hasta convertirla en una masa gris, sobre la que se abrían pequeñas grietas. Ni siquiera la hierba era verde, ya que el sol había quemado las puntas de las largas briznas hasta dejarlas del mismo color gris que se veía por todas partes. La casa había sido pintada una vez, pero el sol había ampollado la pintura y las lluvias la habían ido borrando y ahora la casa estaba tan opaca y gris como todo lo demás.





L. Frank Baum, El mago de Oz, Alianza Editorial. Seleccionado por Laura Mahillo, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

ESCENA IV, Romeo y Julieta, William Shakespeare

[Entran la Sra. CAPULETO y la NODRIZA.]
SRA. CAPULETO. Toma esta llave y trae las especias.
NODRIZA. Abajo piden más membrillo y dátiles.

[Entra el viejo
CAPULETO. ¡Vamos, moveos! Ha cantado el segundo gallo y las campanas han dado las tres.
Cuida las empanadas, buena Angélica:
no repares en gastos.
NODRIZA. ¡Ea, mandón, ya basta!
¡A la cama! Mañana estaréis malo de no dormir.
CAPULETO. Qué va. He pasado noches sin dormir aun sin tanto motivo y no he enfermado.
SRA. CAPULETO. Ya sabemos que has sido un calavera; ahora vigilo yo bien tus vigilias.

[Salen la SRA. CAPULETO y la NODRIZA.]

CAPULETO. ¡Cuántos celos! ¡Cuántos celos!

[Entran tres o cuatro CRIADOS con asadores, leños y cestas.]

¿Qué traes, chico?
CRIADO. No lo sé; cosas para el cocinero.
CAPULETO. Vamos, aprisa.

[Sale el CRIADO PRIMERO.]

Tú, trae leños secos.
Ve, y que Pedro te diga dónde están.
CRIADO SEGUNDO. Mi cabeza sabrá encontrarlos sola, no me hace falta Pedro para un leño.
CAPULETO. ¡A fe que dices bien, hijo de puta!
tienes un buen tarugo por cabeza.

[Salen el CRIADO SEGUNDO y todos los demás.]

Ya es de día.
Pronto llegará el conde con la música;
así dijo que haría

[Suena la música dentro.]

Ya está aquí.
¡Nodriza! ¡Esposa! ¿No me oís? ¡Nodriza!

[Entra la NODRIZA.]

Ve, despierta a Julieta y engalánala.
Yo iré a charlar con Paris. ¡Ea, de prisa, más de prisa, que el novio ya está aquí!
¡De prisa, he dicho!


William Shakespeare, Romeo y Julieta "escena IV". Seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Rey Jesús "Capítulo XV: La mancha", Robert Graves

    Jesús volvió a Jerusalén con sus padres la Pascua siguiente. Esa vez José le permitió quedarse en la ciudad, después de la fiesta,para asistir a los debates y conferencias públicas.
   Después de despedirse de su familia fuera de las murallas, subió al templo. Un hombre de ojos húmedos que estaba sentado junto a la puerta de este lo reconoció y le dijo con una sonrisa destinada a ganar su buena voluntad:
   -Me alegra encontrarte, sabio Jesús de Nazaret. Esperaba verte hoy. Tengo una invitación para ti: que arbitres imparcialmente entre dos amigos que discuten un importante punto de la ley. Cada uno afirma que está en lo cierto, y han hecho una apuesta.
   -Es incorrecto hacer una apuesta acerca de la ley. Además, no soy un doctor.
   -No hay nada incorrecto en la discusión misma, y ya has iniciado el camino para ser doctor.
   -Gracias sean dadas a Dios-se apresuró a decir Jesús-.. ¿Quiénes son esas personas?
   -Maestros de una academia.
   -Entonces, que tomen por árbitro al jefe de la academia.
   -Me pidieron que esperara aquí a que vinieras; ellos insisten en que sólo tú puedes decidir ese punto.
   Jesús refrenó el impulso de enviar al anciano a ocuparse de sus propios asuntos; había algo maligno en su expresión. Pero recordó la paciencia que había demostrado siempre el sabio Hillel cuando se le pedía que resolviera problemas triviales; y al menos en una ocasión había habido una apuesta de por medio.
  -Haré lo que me pides-dijo de mala gana.
   El anciano lo condujo hasta una sombría habitación que daba al patio de los gentiles, y dijo a un levita alto y de aspecto estúpido que miraba por la ventana:
   -Retén aquí a este joven por un rato, amigo, mientras busco a las dos personas de quien te hablé.

Robert Graves, Rey Jesús  "Capítulo XV: La mancha".
Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, segundo de bachillerato. Curso 2012/2013.

Frankenstein, Shelley Mary, ''Relato del doctor Frankenstein'''

    Soy ginebrino de origen y nací en el seno de una de las familias más importantes del país. A lo largo de muchos años, mis antecesores fueron síndicos o consejeros y mi padre llevó a cabo con honra y consideración numerosos cargos oficiales. Todos quienes le conocían le respetaban a causa de su integridad y del incansable entusiasmo con que se dedicaba a la política pasó su juventud entregado por entero de los asuntos del país. Varios motivos le impidieron casarse a edad temprana y no pudo contraer matrimonio y convertirse en padre de familia hasta que su camino por la vida estaba ya muy avanzado.
   Como algunas circunstancias de su matrimonio aclaran su personalidad, no quiero seguir adelante sin citarlas. Su mejor amigo era un comerciante que, tras haber gozado de una desahogada situación, se vio en la miseria a causa de varios contratiempos económicos. Aquel hombre, llamado Beaufort, era de un carácter fuerte e intransigente. No fue capaz de soportar la vida de la miseria y verse olvidado por todos en la cuidad donde había destacado por su categoría y riqueza. Por ello, tras haber satisfecho honradamente sus deudas, se retiró a Lucerna acompañado por su hija y vivió, apartado de todos, casi en la más absoluta pobreza.    



Texto seleccionado por Laura Mahíllo, Segundo de bachillerato BHCS. Curso 2012-13

El sabueso de los Baskerville "Capítulo III: El problema", Arthur Conan Doyle

   Confieso que sentí un escalofrío al oír aquellas palabras. El estremecimiento en la voz del doctor mostraba que también a él le afectaba profundamente lo que acababa de contarnos. La emoción hizo que Holmes se inclinara hacia adelante y que apareciera en sus ojos el brillo duro e impasible que los iluminaba cuando algo le interesaba vivamente.
   -¿Las vio usted?
   -Tan claramente como estoy viéndolo a usted.
   -¿Y no dijo nada?
   -¿Para qué?
   -¿Cómo es que nadie más las vio?
   Las huellas estaban a unos veinte metros del cadáver y nadie se ocupó de ellas. Supongo que yo habría hecho lo mismo si no hubiera conocido la leyenda.
   ¿Hay muchos perros pastores en el páramo?
   Sin duda, pero en este caso no se trataba de un pastor.
   -¿Dice usted que era grande?
   -Enorme.
   -Pero,¿no se habría acercado al cadáver?
   -No.
   -¿Qué tiempo hacía aquella noche?
   -Húmedo y frío.
   -¿Pero no llovía?
   -No.
   -¿Cómo es el paseo?
   -Hay dos hileras de tejos muy antiguos que forman un seto impenetrable de cuatro metros de altura. El paseo tiene unos tres metros de ancho.
 
   Arthur Conan Doyle, El sabueso de los Baskerville "Capítulo III: El problema". Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, Segundo de Bachillerato. Curso 2012/2013.

Casandra, Christia Wolf.

Aquí fue. Ahí estaba. Esos leones de piedra, sin cabeza ahora, la miraron. Esa fortaleza, un día inexpugnable, ahora un montón de piedras, fue lo último que vio. Un enemigo hace tiempo olvidado y los siglos, sol, lluvia y viento la arrasaron. Inalterado el cielo, un bloque azul intenso, alto, dilatado.Cerca las murallas ciclópeamente ensambladas, hoy como ayer, que marcan su dirección al camino: hacia la puerta, bajo la cual no mana la sangre. Hacia lo tenebroso. Hacia el matadero. Y sola.
Con mi relato voy hacia la muerte.
Aquí termino, impotente, y nada, nada de lo que hubiera podido hacer o dejar de hacer, querer o pensar, que me hubiera conducido a otro objetivo. Más profundamente incluso que mi miedo, me empapa, corroe y envenena la indiferencia de los celestiales hacia nosotros los terrenos. Ha fracasado el intento de contraponer a su frialdad helada un poco de calor nuestro. Inútilmente intentamos sustraernos a sus actos de violencia, lo sé hace tiempo. Sin embargo, recientemente, de noche, durante la travesía, cuando las tormentas amenazaban destrozar nuestro barco desde todos los puntos cardinales, y no se sostenía nadie que no estuviera firmemente atado.

Christa Wolf, Casandra, pág 7,  seleccionado por Beatriz Iglesias , segundo de Bachilerato, curso 2012- 2013.

Fragmento del capítulo 33, El perfume, Patrick Süskind

  El marqués de la Taillade-Espinasse estuvo encantado con el nuevo perfume. Declaró que incluso para él, como descubridor del fluido letal, resultaba sorprendente ver la poderosa influencia que algo tan secundario y efímero como un perfume, ya procediera de orígenes cercanos o alejados de la tierra, podía ejercer sobre el estado general de un individuo. Grenouille, que pocas horas antes había yacido aquí pálido y sin conocimiento, tenía un aspecto fresco y saludable como cualquier hombre sano de su edad y, sí, casi podía decirse-teniendo en cuenta las limitaciones a las que estaba sujeto un hombre de su condición y escasa cultura-que había adquirido algo parecido a la personalidad. En todo caso, él, Taillade-Espinasse, informaría sobre el caso en el capítulo relativo a la dietética vital de su tratado inminente aparición sobre su teoría del fluido letal. Antes que nada, sin embargo, quería perfumarse también él con la nueva fragancia.

Texto seleccionado por Eduardo Montes, segundo de bachillerato curso 2012/2013. El perfume, Patrick Süskind.