jueves, 6 de octubre de 2011

Ilíada "Engaño de Júpiter", Homero

      Néstor, aunque estaba bebiendo, no dejó de advertir la gritería; y hablando al Asclepíada, pronunció estas aladas plabras: "¿Cómo crees, divino Macaón, que acabaran estas cosas? Junto a las naves es cada vez mayor el vocerío de los robustos jóvenes. Tú, sentado aquí bebe el negro vino, mientras Hecamede, la de hermosas trenzas, pone a calentar el agua del baño y te lava después la sangrienta herida; y yo subiré prestamente a un altozano para ver lo que ocurre".
       Dijo; y después de embrazar el labrado escudo de reluciente bronce, que su hijo Trasimedes, domador de caballos, había dejado allí por llevarse el del anciano, asió la fuerte lanza de broncínea punta y salió de la tienda. Pronto se detuvo ante el vergonzoso espectáculo que se ofreció a sus ojos: los aqueos eran derrotados por los feroces troyanos y la gran muralla aquea estaba destruida. Como el piélago inmenso empieza a rizarse con sordo ruido y purpurea, presagiando la rápida venida de los sonoros vientos, pero no mueve las olas hasta que Júpiter envía un viento determinad, así el anciano se hallaba perplejo entre encaminarse a la turba de los dánaos, de ágiles corceles, o enderezar sus pasos hacia el Atrida Agamenón, pastor de hombres. Parecióle que sería lo mejor ir en buca del Atrida, y así lo hizo; mientras los demás, combatiendo se mataban unos a otros, y el duro bronce resonaba alrededor de sus cuerpos a los golpes de las lanzas de doble filo.


Homero, Ilíada, Barcelona, ed. Océano, 2000, pág. 219.
Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano. Segundo de bachillerato. Curso 2011-2012.